El presidente azotó tras de sí la puerta, y fue hacia el escritorio del despacho, a cuya vera lo esperaba, sentado en un sillón de cuero rojo, Adolfo López Mateos, su ídolo, su maestro, su consejero secreto. Era así, en las horas de alta angustia y peligro, el ex presidente de mediados del siglo pasado, se presentaba en su despacho, para auxiliarlo.

—Seguí el plan contra las crisis con disciplina —dijo Enrique, las manos apoyadas en el escritorio presidencial—. Primero di el anuncio de la alza de las gasolinas en un discurso pasado por la máquina del eufemismo.

Se refería a la viejísima computadora que llenaba el sótano de la casa presidencial con sus cajas de acero y sus ruedas giratorias anticuadas. Una máquina capaz de volver a lo espinoso en algo terso, a la amenaza en invitación, a la tragedia en buenas noticias, al amago de represión en promesa de unidad nacional.

—¿Y? —preguntó don Adolfo.

Enrique se dejó caer al sillón tras el escritorio, desconsolado.

—63 protestas en el país.

—Carajo.

—Les infiltramos provocadores, según el libro secreto de manejos de crisis del PRI. Nuestros halcones incitaban a la rapiña en las tiendas, y muchos los siguieron, y según lo calculado, muchos otros más se asustaron y prefirieron no salir a protestar, pero otros muchos, la mayoría, no se asustó. ¿Sabes lo qué hizo esa mayoría? Se sentó en las plazas para distinguirse de nuestros halcones y cantaron el himno nacional.

—¡De veras carajo, Enrique! ¡Demasiado Gandhi!— exclamó don Adolfo.

—Sí, esa librería me las pagará, tarde o temprano. Pero lo peor fue antier. Tocaba el discurso de la reconciliación, según el manual del partido.

—Correcto: después de la golpiza, caricias.

—Así que volví a hablar a la televisión, rodeado de líderes que trajeron para arroparme y secundarme. A algunos los sacaron de los roperos donde estaban guardados con naftalina, a otros los desenterraron de los jardines de la sede del partido. Dije entonces ante ellos que el aumento de las gasolinas va porque va, porque yo soy el presidente y el presidente nunca se echa atrás, para eso es el presidente, pero que vamos a darles despensas a los pobres, y más becas a los ancianos, y bicicletas a las señoras, y banderitas tricolores a los taxis, y ya sabes, la operación Migajas de Filantropía.

—Bien hecho, hijo. Y se apaciguó el país, ¿verdad?

—¡No, nada! —alzó la voz Enrique. —Están tercos en que eché atrás el gasolinazo. Dicen que confisque los bienes de los ex gobernadores ladrones, y de los gobernadores de los que sabremos en dos años que son ladrones, y baje los gastos personales de los políticos, y sus salarios. Dicen que con eso subsidiamos 10 años de gasolina, y de paso volvemos a México un país con Justicia, donde quién la debe, la paga, y donde la clase política no es ya una aristocracia, sino una clase de servidores públicos.

—¡Han enloquecido, Enrique! —se alarmó don Adolfo.

—¡Yo sé! —se alarmó con él el presidente.

—Tienes dos opciones —dijo don Adolfo, de pronto tranquilo. —Escucha. O bien cedes, antes que las demandas de la revuelta escalen, y pidan tu renuncia…

—Es que siempre la piden. Ya es la muletilla de cualquier manifestación. Renuncia Peña renuncia.

—¿Tal vez es un eufemismo?

—¿Un eufemismo? —preguntó Enrique. –¿De qué, don Adolfo? No creo. Es gente que no habla con eufemismos. No fueron a la escuela del PRI. Son gente burda, que si dice renuncia Peña renuncia, quieren que renuncie. ¿Y cuál es mi otra opción, Adolfo?

—Cambias de siglo. Lo que abre, a su vez, otra opción. O te vas al siglo XIX y eres don Porfirio, matas a unos cuántos, en caliente, y dices: ¿Querían su revolución?, pues tomen, pero no será pacífica. O bien…

—¿Qué?

— Te saltas al siglo XXI. Eres el Presidente de una democracia, donde el pueblo manda, sin eufemismos, y donde las leyes se acatan, sin eufemismos.

—¿Sin eufemismos? —: la mera idea le hizo lagrimear los ojos al presidente. Salir sin eufemismos ante el pueblo era para él como salir sin ropa, vulnerable, desprotegido.

Pero cuando salió del despacho presidencial, ya tenía una decisión tomada. Entre los muertos y la democracia, había decidido ya...

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