El vocero de la Iglesia mexicana, amén de rector del Curso para la Fe Correcta, Hugo Del Río, estaba sentado en el diván de terciopelo púrpura de su oficina, cuando su asistente dejó pasar al joven moreno, de pelo rizado y negro, con lentes de marcos de carey, Jenaro Beteta.

—Toma asiento, hijo —le dijo el sacerdote, palmeándose una rodilla.

—Perdón —dijo de inmediato, al notar los hermosos ojos del muchacho agrandándose tras de los cristales de los lentes. —Dígame usted cómo puedo complacerlo.

—Perdón —se volvió a interrumpir a sí mismo, y continuó: —Me informan que usted quiere ingresar a nuestro programa de curas homosexuales.

—Perdón —dijo, palmeándose ahora la frente. —Que quiere inscribirse en nuestro curso de curas de la homosexualidad.

Para ahora, el joven moreno, Jenaro, estaba perplejo, y le costó articular una respuesta.

—Creo que usted tiene una confusión —murmuró. —Vengo a reclamarle el discurso de odio de la Iglesia mexicana contra los gays.—¡Ay, Dios! —dijo el sacerdote, y se alisó la túnica sobre las piernas. —¿Cuál odio? ¿Quieres una galletita?

Le ofreció un plato con galletitas de coco. Pero el joven negó con la cabeza. Del Río mordió una galletita, y dijo:

—Esta es la verdad. La Iglesia sólo ha dicho que ustedes son enfermos mentales, pero que pueden ser curados por los curas, si se dejan capar. Hemos dicho que son pederastas, pero sólo con sus hijos adoptados. Y hemos dicho, tal vez un poco más apocalípticamente, que su sola presencia infecta a la civilización, destruye los matrimonios de hombre y mujer, y confunde las identidades sexuales. Si de eso algo te ha ofendido, querida…

—¡Perdón! —alzó la voz. Para suavizarla otra vez: —Si de eso algo los ha ofendido, pido, sinceramente, y por cuarta vez, perdón en nombre de la Iglesia mexicana.

De pronto el sacerdote cayó de rodillas, e hincado ante el joven, le separó las piernas y repitió:

—Perdón, perdón.

—Se volvió a sentar en el diván de terciopelo púrpura y dijo, con voz divertida:

—Eres el diablo, muchachito. Mira qué despliegue de perdones me inspiras.

Jenaro estaba por proseguir sus quejas ante la Iglesia, cuando Del Río lo interrumpió al decir:

—Perdón, por lo que acabo de pensar de tú y yo, en una playa, en shorts los dos. Prosigue.

—Bien, prosigo —dijo Jenaro. —Quiero decirle que me parece hipócrita de su/

—¡Satanás! —gritó súbitamente Del Río, señalándolo con un índice tieso. —Te lo dije, Satanás, vade retro, hasta atrás, retrocede del hermoso y fornido cuerpo de este muchacho, que me vuelves adorable para tentarme los agujeros sinodales. ¡No vencerás!

—¡¿Perdón?! —preguntó alarmado Jenaro.

—¡Sálvame joven liberado! —gritó Del Río, cruzó en un instante a sentarse al lado del joven, le tomó rápido una mano, y mirando al piso dijo, con verdadera zozobra: —Yo sé que al final el Imperio Gay triunfará, nos volverá sus esclavos eróticos, nos latigueará cada noche, hasta sacarnos sangre, nos amarrarán las muñecas con grilletes clavados a la pared, y besarán nuestras inglés durante horas de tormento interminable.

—Perdón —dijo el sacerdote, alzando la vista, para ver cara a cara al joven, y sin soltarle la mano. —¿Otra galletita de coco?

Cuando el Frente del Orgullo Gay le preguntó a su representante, Jenaro Beteta, cómo le había ido en la reunión con el vocero de la Iglesia, sólo respondió:

—Me pidió varias veces perdón.

@sabinaberman

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