No hablaremos de eso; ¿tienes otro tema?

—Pero señor Presidente, creo que el partido debe…

—¿Tienes otro tema?

—No, señor.

Palabras más, palabras menos, este no-diálogo se produjo en varias ocasiones y a lo largo de varios meses, en la residencia oficial de Los Pinos. Al menos desde mayo pasado, Enrique Peña Nieto decidió no incluir en conversaciones con sus colaboradores más cercanos el tema del relevo en la dirigencia del PRI.

Según testimonios de primera mano, Peña tampoco compartió con ninguno de los implicados los ajustes determinados el pasado jueves en su gabinete. Con una sola y parcial excepción, de acuerdo con las fuentes consultadas: informó a Luis Videgaray las nuevas tareas que tendrían los dos personajes mas cercanos al secretario de Hacienda: José Antonio Meade y Aurelio Nuño.

Por ahora es imposible saber si Videgaray se permitió una infidencia casi la víspera de los cambios, cuando el martes anterior viajó a Matamoros acompañado precisamente de Meade, aún canciller, y del secretario de Comunicaciones y Transportes, Gerardo Ruiz Esparza. Había sido conminado a guardar el tema en extrema secrecía.

Ambos episodios retratan nuevamente lo que puede ser descrito como el estilo personal de gobernar, por utilizar el concepto acuñado hace décadas por Daniel Cosío Villegas.

En el caso de Peña Nieto, estamos ante un político que hace de la reconcentración un activo personal. Reserva para su fuero interno sobre decisiones clave, las que no emprende en forma espontánea, sino que las somete a un muy largo proceso de cavilación que es ya casi legendario, dentro y fuera de su círculo cercano.

Cuando Peña Nieto determinó marginar a su primer equipo de operadores en la decisión sobre el futuro inmediato del PRI, tenía bases para estar preocupado: las encuestas a su disposición alertaban que las elecciones programadas para el 7 de junio traerían resultados ominosos. Incluso había espacio para dudar de cifras alegres que le aseguraban triunfos del partido oficial en entidades fundamentales, como Nuevo León.

Las urnas arrojaron un mensaje más amargo de lo que se pensaba: las elecciones locales, notablemente a nivel municipal, marcaron una ola de alternancia contra todo partido gobernante, especialmente el PRI. El voto fue profundamente diferenciado. Hay un grito ciudadano en favor del cambio.

El 25 de julio Peña Nieto encabezó un evento con la jerarquía priísta en donde anticipó un giro en la vida del partido. La lectura obligada fue que el mensaje era un retrato hablado de Aurelio Nuño, hasta entonces jefe de la Oficina de la Presidencia.

“Si es por ahí, habrá que empezar a tramitarle (a Nuño) su credencial de militante…”, se dijo horas después en una reunión de alto nivel sostenida por dirigentes priístas. Uno de éstos, de muy importante rango, todavía se permitió advertir: “El que debe darse por muerto es Manlio (Beltrones)”. Peña Nieto había tenido éxito en su juego de espejos.

El martes 25 de agosto fueron citados en Los Pinos los titulares de diversas dependencias. La atmósfera anticipaba remociones y enroques, pero no faltaron las sorpresas. Resaltó la de Rosario Robles, secretaria de Desarrollo Social, pese a que su relevo, José Antonio Meade, era ya una presencia regular en las juntas del Gabinete Social. Robles pareció quebrarse en la ceremonia de cambio. Fue enviada a una posición incómoda, la Sedatu, donde se multiplican indicios de corrupción cometidos en el actual sexenio, por lo que Jesús Murillo habría preferido una fugaz gestión que una complicidad.

Otro sorprendido fue Enrique Martínez y Martínez, quien había hecho maletas para dejar la Sagarpa, pero con el propósito de aterrizar en el PRI. Aurelio Nuño, impulsor de la reforma educativa desde la campaña electoral, ahora habrá de lidiar con un puesto que se ha convertido en una olla de ácido.

El balance inicial de esta página en la administración Peña Nieto se redondea con reportes de que hubo una instrucción presidencial a los nuevos titulares de hacer un barrido general en las dependencias encomendadas (acaso con la excepción de Cancillería y Turismo), con el aparente mensaje de que hay que cambiar de fondo lo que no funcionó. En los siguientes días se anticipan remociones masivas. Todo ello abrirá la pertinencia de nuevos cortes de caja.

APUNTES: Graco Ramírez, gobernador perredista de Morelos, ofrece curiosas cartas credenciales para anunciar su precandidatura presidencial por el PRD: carece de base política dentro y fuera de su partido; fracasó en su intento de representar a los mandatarios emanados del perredismo ante la administración Peña Nieto. Su gobierno está rebasado por el crimen, pero hay señalamientos serios por corrupción de su parentela. En las pasadas elecciones locales sus candidatos fueron vapuleados en las urnas y perdió la alcaldía de Cuernavaca a manos de un adefesio político. ¿Quién puede dudar que es el hombre que el país necesita?

rockroberto@gmail.com

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