Luis Videgaray cumple este lunes 10 de agosto, 47 años de edad. Hombre hermético, huraño, echa mano de una única historia cuando debe responder si alguna vez ha permitido que el desorden entre en su vida: en segundo grado de primaria organizó un “borlote” con otros niños para elaborar pancartas en las que se reclamaba “Más recreo”. En las siguientes cuatro décadas parece haberse comportado, al menos en el ámbito público, como dominado por una obsesión.

Observar al secretario de Hacienda en un evento público puede resultar desconcertante: huye de los apretones de mano, ya no digamos de los abrazos; elude las sonrisas, los saludos y las charlas, refugiándose en reales o fingidas conversaciones por su celular. Si hay aún liturgia en la política, él es un hereje en ese entorno.

Videgaray Caso llegará en septiembre a otro onomástico: completará 10 años de ser la figura con mayor cercanía y ascendencia sobre Enrique Peña Nieto. Es sin duda el hombre más poderoso del gobierno y, en justicia, quizá su mente más aguda. Sin embargo, si su fijación es trascender más allá del 2018, como se le atribuye generalizadamente, el proyecto parece hacer agua por varios flancos.

El Presupuesto federal del próximo 2016, la salida o no de Agustín Carstens del Banco de México —su mandato concluye el último día del año, pero se puede reelegir—, la posible nueva dinámica en el PRI, y la baja relevancia del propio Videgaray y sus cercanos en las encuestas frente al proceso de sucesión presidencial, llevarán al “Número 1” del gabinete a revisar sus planes, propios y de equipo.

Su círculo de amigos apenas y se ha movido desde los tiempos de la universidad, o poco más acá. Bajo su conducción, forman el “círculo de acero” fuera del cual nada —o casi nada, a juzgar por los hechos— pasa en Los Pinos:

José Antonio Meade, canciller, fue su compañero de banca en el ITAM, la cuna de presidentes y tecnócratas del país. Emilio Lozoya, director de Pemex, colega en Protego, la firma de Pedro Aspe, el artífice original de la vida pública de Videgaray; el que lo impulsa a estudiar en el admirado MIT de Estados Unidos; el que lo acerca con Peña Nieto; su antecesor en la administración Salinas de Gortari. También, Aristóteles Núñez, titular del SAT y su colaborador en la Secretaría de Finanzas mexiquense (2005-2009). Aurelio Nuño, jefe de la Oficina de la Presidencia y su coordinador de asesores cuando por encomienda superior, fue hecho diputado federal (2009-2011) y encabezó la comisión clave de Presupuesto y Cuenta Pública.

Se trata de un equipo con un trabajo “transversal”, como lo ha dicho el propio Videgaray. Es decir, que controla todo dentro del gobierno por lo que toca al tema financiero, y enormes tramos de cualquier otros asuntos clave, la política incluida. Nadie recuerda si alguna vez en la etapa moderna del país, Hacienda logró imponerle a Gobernación —formalmente cabeza de la administración— dejar vacantes subsecretarías de Estado, como ocurre ahora. Lo mismo ha valido para las administraciones estatales —no ahorra desaires a gobernadores que considera financieramente desaseados, como Javier Duarte, de Veracruz—, a las que aprieta y aprieta.

Durante dos años, los empresarios del país se quejaron de que el secretario de Hacienda era inaccesible, lo que quedó ilustrado en disposiciones fiscales con las que nadie parece estar de acuerdo. La primavera de 2015 —y quizá el escándalo de la casa de Malinalco, en diciembre anterior— hizo que Videgaray abriera su despacho de Palacio Nacional a líderes del sector privados, a los que acompaña en sus eventos, los escucha e incluso les ofrece ajustes en la política económica para el próximo año.

Pero el peso de Videgaray se ha sentido también en el PRI. Durante la mayor parte de su gestión, el dirigente saliente César Camacho recibió instrucciones dictadas por el referido Aurelio Nuño. Por ello se valoró la posibilidad de que éste fuera su sucesor, lo que representaba una apuesta alta. Contra lo que se rumoró, Nuño sí es militante del PRI, pero no cumple con otros requisitos previstos por los estatutos partidistas, como haber formado parte de su dirigencia.

La presencia de Manlio Fabio Beltones en la presidencia del PRI —anunciada en este espacio el 12 de junio, — se anticipa como disciplinada con la línea presidencial, pero sería una ingenuidad suponer que no generará un nuevo polo de poder que cambiará el tablero que Luis Videgaray parece haber venido construyendo desde sus ensoñaciones en la cafetería del ITAM, donde parecía imaginar su destino en el mundo. No en balde esa cafetería es conocida como El Partenón. Por algo será.

rockroberto@gmail.com

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