Hace apenas algunas semanas, Patricia Mercado confiaba sus cuitas políticas a una compañera de batallas en organismos de la sociedad civil: su jefe Miguel Ángel Mancera, cabeza del gobierno capitalino, que la había nombrado secretaria del Trabajo en enero de 2014, no la recibía; parecía ignorarla. Se sentía en el limbo.

Mercado Castro (Ciudad Obregón, 1957) incursionaba por vez primera en la función pública, con un singular perfil: en su ciudad natal estudió en colegios femeninos católicos (mercedarios), inició estudios de Economía en Hermosillo, pero los continuó en la UNAM, donde se radicalizó: en 1980, a los 23 años, ya había fundado el Grupo Autónomo de Mujeres Universitarias (GAMU), e incluso deambuló por esa época en el trotskista Partido Revolucionario de los Trabajadores, para luego apostar por el impulso a organismos femeninos, con énfasis sindical. Su agenda de equidad de género y defensa de derechos ciudadanos le ha conquistado prestigio dentro y fuera del país.

En la época del 2000 vinieron para Mercado etapas partidistas, no pocas de ellas amargas, que la describen como una mujer que no sólo carece sino que desprecia la malicia política, la misma que domina el corazón y los alrededores del mundo que ahora le han confiado orquestar. Una extranjera en el infierno.

Desde que tomó posesión y hasta el pasado día 17 en que sacudió a su gabinete, Mancera tuvo como aduana hacia su despacho al secretario de Gobierno, Héctor Serrano, un personaje truculento y sibilino que apostó a ser factótum de la política en la ciudad. Lo que no pudo frenar el sentido común lo hicieron las urnas el 7 de junio, con el desastre de las candidaturas del PRD, la mayor parte de las cuales habían sido impuestas por Serrano en funciones de “comendador” del poder en el DF.

La ciudad fue un maná de votos para Morena, el partido de Andrés Manuel López Obrador; el PRI y el PAN aumentaron sus espacios de control, y se asoma ya una decena de aspirantes a relevar en 2018 a Mancera, cuyo potencial personal como aspirante a la Presidencia sufrió una merma importante.

En este escenario Patricia Mercado arribó al puesto de mayor relevancia en el gabinete. Con ella y con figuras de la izquierda como Alejandra Barrales, Amalia García, o de su círculo cercano, como José Ramón Amieva, Manuel Granados y el propio Serrano —degradado, pero vivo en la Secretaría de Movilidad—, Mancera formó una caballada para el 2018. En la acera de enfrente cabalgan ya Martí Batres y Ricardo Monreal, de Morena; Xóchitl Gálvez y Jorge Romero, del PAN, y en el PRI apuestan incluso por Aurelio Nuño, el número uno en la estructura de Los Pinos.

La clase política capitalina, acostumbrada a la antropofagia, detecta una temprana guerra sorda en el nuevo equipo de Mancera. Golpes bajos de Serrano contra Mercado, como la filtración del robo de planos de un penal de alta seguridad. Ésta parece haber revirado con operativos contra vendedores ambulantes, cuya manipulación se atribuye a su antecesor. Pronto veremos un sacudimiento en el sistema carcelario, bajo autoridad de la Secretaría de Gobierno, donde hubo contratos escandalosos y la PGR investiga supuestos negocios turbios de colaboradores del propio Serrano.

El tema partidista es un enjambre: la corriente dominante del PRD, Los Chuchos, respalda abiertamente a Mercado, pese a que en el 2006, cuando ella fue candidata presidencial por el Partido Alternativa Social Demócrata y Campesina, la acusó de “traición a la izquierda” por no haberse retirado en favor de López Obrador (ella obtuvo 2.70% de los votos; el tabasqueño perdió por 0.60%).

Mercado debe corresponder a Los Chuchos, pero también reconocer el peso de Morena. Reunió al presidente de ese partido, Martí Batres, con las principales figuras del gobierno y le abrió la puerta de Mancera, lo mismo que a Ricardo Monreal, delegado electo en la demarcación clave de Cuauhtémoc.

Es evidente el riesgo de que Patricia se asfixie entre las hordas partidistas, que seguramente la harán recordar septiembre de 2008, cuando renunció al partido que la postuló, al que describió en una carta de despedida con los mismos términos que cabrían a más de uno organismo político en el DF:

“El dinero de los contribuyentes se utilizó para comprar lealtades y acarrear clientelas, para sobornar a quienes tenían poder de decisión (…). Este partido está fracturado, sin programa, desprestigiado, sin identidad y sobre todo, lleno de dirigentes con las más viejas prácticas políticas, unos simples saqueadores de recursos públicos…”.

APUNTES: Al inicio de la administración Peña Nieto, en la Cancillería a cargo de José Antonio Meade, se hablaba de escasa confianza desde Los Pinos, acaso porque el titular había laborado con Felipe Calderón como secretario de Hacienda y Energía. Pero Meade —abogado y economista de 46 años— es convocado cada vez con mayor frecuencia a conversaciones con el Presidente. Apoyado abiertamente por Luis Videgaray —el hombre más poderoso del gabinete—, el canciller ha empezado a aparecer en espacios alternos a su tarea formal, como las reuniones del Gabinete de Desarrollo Social, ante la perplejidad de Rosario Robles y otros. ¿Hacia dónde se encamina Meade?

rockroberto@gmail.com

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