Estuvo de moda un tiempo en la radio y en los bailes de vecindad: era uno pa’ delante y otro pa’ trás; una ilusión momentánea de avanzar para luego quedar donde mismo.

Esa impresión da la polémica sobre la marihuana, a partir del fallo de la Corte. Luego del pasmo de unos días, el gobierno federal al fin reaccionó desde la mismísima Presidencia de la República. Enrique Peña Nieto fijó su postura: “no estoy a favor de una eventual legalización en el consumo de la marihuana”. Para luego matizar: “no puedo ser dueño único de la verdad… estoy abierto para recoger posiciones debidamente documentadas, científicamente sostenibles, que eventualmente puedan dar curso a una posición distinta”. El problema es quién va a juzgar la naturaleza y valor de esas “posiciones”.

Por supuesto que es plausible que el Presidente sea congruente con su postura de siempre, y que a pesar de ello impulse desde su gobierno un gran debate nacional. Sin embargo, al mostrarse tan reacio, es evidente que está enviando un claro mensaje de que estás conmigo o estás contra mí. Y en un país tan presidencialista como el nuestro pareciera que se están cargando los dados.

Además, tiene un efecto negativo para el propio gobierno. Porque está invalidando a sus mismos funcionarios que seguro opinarán igual que el Presidente. O, de verdad, ¿alguien se imagina a un subsecretario o secretario en las áreas de seguridad o de salud o a la señora procuradora, pronunciándose en favor de la legalización, llevándole la contra a su jefe?

Da también la impresión de que el Presidente no ha sido del todo bien informado, cuando dice que “la apertura sobre este tema puede inducir al consumo de otras drogas mucho más dañinas”. Porque cualquier experto sabe que la marihuana no es precisamente un catalizador que conduzca al consumo de drogas más fuertes o duras. En cambio está más que probada la asociación entre el alcohol y la cocaína: los efectos etílicos disminuyen con la inhalación del llamado demonio blanco, lo que permite al alcohólico beber e inhalar alternativamente en estado de euforia; un auténtico círculo vicioso. El que la marihuana estuviera disponible en el mercado, tampoco implica necesariamente un aumento en su consumo. Sería tanto como suponer que tendríamos que andar briagos todo el día, por el hecho de que podemos encontrar alcohol embotellado en cada esquina.

De cualquier modo hay que reconocer que la instrucción presidencial para organizar un gran debate nacional sobre la despenalización es una buena noticia. Pero es fundamental que en su implementación no haya simulaciones. Primero, que se trate de una convocatoria amplia, pero sobre todo sincera y auténtica. El gobierno no puede ser juez y parte. Tampoco un organizador interesado o con un guión previo que anticipe un resultado. Nos mostraríamos otra vez como un país de cínicos.

El compromiso asumido es histórico: impulsar un debate auténtico e integral: por supuesto, los riesgos para la salud de cada individuo; pero también los efectos sociales que produce la clandestinidad de la marihuana y la violencia que en su trasiego genera el crimen organizado.

Hay que debatir en serio y sin prejuicios ni hipocresías. Lo único inadmisible es que como sociedad diéramos un descomunal y vergonzante “pasito tun tun”.

Periodista.

ddn_rocha@hotmail.com

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses