A Héctor Gandini, con mi abrazo fraterno

Enrique Ochoa Reza tiene 43 años. Es un dato elemental, de acuerdo, pero no hay que soslayarlo. Porque representa el cambio generacional tal vez más importante en la larga historia de ocho décadas del viejo partido. Una nueva y tal vez última oportunidad de renovación en serio y a fondo. Sobre todo después del atropellamiento sufrido el 5 de junio pasado, que dejó al otrora “partidazo” en estado de coma. Como se ve, un reto gigantesco para el nuevo dirigente que no sólo por su juventud, sino por su formación y modernidad, llega rodeado de grandes interrogantes: ¿Un nuevo PRI? ¿Un PRI menos ideologizado y más pragmático? ¿Con menos discursos y más redes sociales? ¿Un PRI digital? ¿O un PRI gerencial que sólo recibirá instrucciones desde Los Pinos?

Porque está clarísimo que se trata de un golpe de mando del presidente Enrique Peña Nieto, al imponer a alguien de su entera confianza por encima de la llamada “clase política” de su partido. Aunque la cosa no está tan sencilla. La dupla Peña-Ochoa se juega el pellejo completo. Primero tendrán que calmar las iras de los dinosaurios desplazados por el meteorote que sigue cimbrando Insurgentes Norte. Al mismo tiempo, deberán ir acomodando a los millennials —ya no más bebesaurios— que justifiquen el cambio de rumbo de un partido al borde de un ataque epiléptico. Si no, qué chiste.

El reto es de vida o muerte. No sólo porque el PRI puede perder la Presidencia de la República en el 2018, sino porque tal vez sería su última oportunidad de disputarla. El achicamiento geográfico después de junio ha sido el primer aviso y los focos rojos estarán encendidos de aquí a entonces. Pero antes, Peña-Ochoa y todo el partido deberán enfrentar la madre de todas las batallas estatales: la del Estado de México en 2017. En caso de ganar, el PRI estará vivo para la presidencial del año siguiente. Pero si la pierde, llegará prácticamente derrotado a la grande.

Por lo pronto, el mensaje está muy claro: un cambio con rumbo en el partido y eso sólo lo podrán hacer los millennials aunque no sean priístas de hueso tricolor; en sentido contrario, los dinosaurios de viejo y nuevo cuño han fracasado y hay que desplazarlos y hasta castigarlos. En ese afán se inscribe, sin duda, la determinación presidencial de retirar —aunque tardíamente— todo apoyo político y legal a dos de los gobernadores más señalados como corruptos: Javier Duarte, de Veracruz, y Roberto Borge, de Quintana Roo, quienes casualmente “perdieron” sus elecciones y podrían terminar en la cárcel por sus públicas y escandalosas trapacerías.

Enrique Ochoa Reza es de otra especie. Por lo menos esa impresión me dio los tres días de trato intensísimo cuando literalmente anduvimos de arriba pa’ bajo en su helicóptero de la CFE, durante las inundaciones huracanadas de Los Cabos en 2014. Siempre mirando por la ventanilla y luego trabajando hábilmente en su iPad para girar instrucciones. Todos saben que el abasto de energía eléctrica se logró en un tiempo récord. Pero, más que nada, lo recuerdo sensible y afable platicando con los más pobres de las zonas afectadas a donde llegábamos por aire.

Hoy me pregunto si este millennial tendrá esa combinación de sensibilidad y agallas para reanimar un partido ahora en nocaut técnico. No habrá de pasar mucho tiempo para saber de qué está hecho.

Periodista.

ddn_rocha@hotmail.com

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