Científicamente, el hambre es un mecanismo de defensa que alerta al organismo de la necesidad de nutrientes. Pero si el hambre no es saciada, se produce una desesperante sensación de vacío; movimientos intestinales y se incrementan exponencialmente procesos en los que intervienen el cerebro y sus sentidos, el sistema nervioso periférico, los órganos de la digestión —sobre todo estómago y páncreas—, además de alterar innumerables neurotransmisores y hormonas.

Privarse de alimentos durante diez horas o más perjudica la salud mental y física. En el caso de los adultos, el deseo de comer se hace prioritario y se diluyen los valores morales; el hambre extrema y por periodos largos puede tener efectos deshumanizadores que llevan al robo, el asesinato e incluso al canibalismo. Recuérdense casos como los sobrevivientes de los Andes.

Pero en los niños, los efectos del hambre son devastadores y para toda la vida. Pesan menos de dos kilos al nacer, cuando el mínimo de la OMS es de dos kilos y medio. La desnutrición en los niños hambrientos es una larga lista de carencias de proteínas, calorías que significan energía y micronutrientes básicos. En México, estos pequeños parecen de cinco años si tienen siete o de dos, si tienen cuatro; presentan arrugas en la piel pegada a los huesos y ojos hundidos, secos y fijos; no ven con claridad; no corren, caminan muy poco; tienen las panzas hinchadas de parásitos; y cuando el hambre los fustiga al extremo, simplemente duermen. Luego, entran a un periodo poco conocido, que es la “emaciación”, una penosa etapa de su vida que conduce a una pérdida de peso sustancial, pero además a la muerte por males tan comunes como el sarampión o la diarrea; y en caso de sobrevivencia a enfermedades degenerativas y a un deterioro no sólo físico sino mental cada día más grave.

A ver: el cerebro es el órgano que más rápidamente crece en condiciones de normalidad; pesa 35 gramos al nacer y a los 14 meses debe alcanzar ya los 900 gramos. Pero cuando hay desnutrición no sólo se detiene el crecimiento sino que además comienzan a presentarse diversos tipos de atrofias cerebrales: para empezar, cada vez más graves deficiencias cognitivas, un sustancialmente bajo aprendizaje básico; y una degradación sistemática en el desarrollo como persona.

Pero todavía más: el hambre es una amenaza no sólo para la vida de los individuos, sino también para su dignidad y la sociedad en su conjunto. Provoca apatía, pérdida del sentido social, indiferencia y a veces violencia ante la negativa de grandes grupos que se resisten a morir o sobrevivir apenas, condenados a la degradación.

En México, de 120 millones que somos, hay 60 millones de pobres. De ellos, 30 millones están en lo que eufemísticamente llamamos pobreza extrema y que en cristiano significa miseria. 20 millones de ellos son menores. Pero lo más grave es que según los más recientes estudios del Coneval-Unicef, hay 4 millones 600 mil niños que padecen hambre todos los días en este país. Y yo pregunto, ¿qué sentido tienen las cifras de productividad y crecimiento, los indicadores de la Bolsa de Valores, las reformas estructurales, las polémicas sobre nuevas leyes, los gigantescos aparatos de gobiernos, partidos y aun los medios de comunicación, si hemos condenado a muerte a nuestros niños?

¿No es hora ya de cambiar este criminal modelo económico?

Periodista

ddn_rocha@hotmail.com

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