En el ámbito internacional el panorama no podría ser más desolador: la desaceleración de la economía china ha golpeado las economías y las bolsas de valores de todo el planeta. Pero hay mucho más; el precio de nuestro petróleo ha roto todas las barreras a la baja; hace un año andaba en 100 y ayer en 33; el dólar sigue imparable al alza y según los optimistas podría estacionarse en 18; pero según los pesimistas llegará a los 20 antes del cierre del año, a pesar de las subastas de dólares que devoran las reservas. Por supuesto que todo ello ha contribuido a un alza paulatina de precios que amenaza con generalizarse; así que la inflación toca a la puerta.

Pero lo más alarmante es que no hay alarma. Nadie en el gobierno federal parece preocupado por lo que se configura como una tormenta perfecta de la cual no habrá salida. El misterioso presupuesto base cero no parece anticipar más que recortes al gasto y no un adelgazamiento del gigantesco y obeso aparato del gobierno en búsqueda de mayor eficiencia. Sabemos que existe una Secretaría de Economía, pero no aparece por ningún lado. Más allá de las tijeras, no hay hasta ahora una propuesta seria y vigorosa para reactivar el mercado interno, evitar el disparo de los precios de la canasta básica y preservar el de por sí endeble poder adquisitivo sobre todo de los trabajadores de más bajos ingresos.

No se necesita ser alarmista ni catastrofista para anticipar que estamos al borde de la más grave crisis económica de las dos décadas recientes. Pero no se advierte una respuesta proporcional a la magnitud del desafío. Hoy más que nunca, urge un gran Acuerdo por la Nación que convoque a gobierno, partidos, legisladores, académicos e iniciativa privada para conjurar el riesgo del colapso. Un pacto en serio, donde cada quien sacrifique ganancias y aporte los recursos necesarios para dinamizar una economía que lo único que está generando son cada vez más pobres y desempleados.

No se trata sin embargo de grandes actos escenográficos para discursos acartonados. Lo que este país requiere es una gran encerrona de trabajo en mangas de camisa para hablar sin tapujos y encarar la realidad con toda franqueza. Vernos cara a cara al espejo para admitir nuestras miserias e invocar nuestras fortalezas. Siempre he dicho que lo ideal sería el consenso para construir un nuevo modelo económico. Cambiar de verdad el rumbo del país. Porque así como vamos nos encaminamos al despeñadero y a una polarización todavía más extrema, entre los cada vez menos que tienen más y los cada vez más que tienen menos. Ya no es viable una nación en la que uno de cada dos mexicanos es pobre. Tampoco podemos seguir tratando la pobreza con la conmiseración asistencialista a través de programas que sólo cambian de nombre. Hay que generar riqueza a partir de la pobreza. Imponernos metas y sacrificios tan audaces como los que cambiaron el destino de los países del sudeste asiático como Corea, Singapur y hasta el castigado Vietnam. Ya no es posible seguir en la miseria cuando tenemos tal abundancia de recursos naturales y una geolocalización de privilegio en este planeta. Los focos rojos, que sólo no miran los convenencieros, nos advierten de una última llamada para desterrar la corrupción y la ineficiencia. Apenas estamos a tiempo.

Periodista.

ddn_rocha@hotmail.com

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