Ayer dejó claro que es el primer priísta del país. El discurso de Enrique Peña Nieto en el Consejo Nacional del PRI fue la pieza estelar del evento y llevó un mensaje central a sus correligionarios: él conducirá el proceso de selección para la candidatura presidencial de 2018.

Instruyó sin ambigüedad: “Dejemos para otros partidos las promociones anticipadas”. Y antes —recordando los años setenta— trazó la ruta de su preferencia: “Primero el programa, primero el proyecto, y después los nombres.”

No pasa desapercibido que el presidente haya acudido a este acto político justo cuando enfrenta su momento de mayor vulnerabilidad política.

La semana pasada una encuesta de Buendía & Laredo confirmó que la popularidad de Peña Nieto sigue descendiendo.

Solo 25% de las personas entrevistadas aprueban su gestión. Cuatro puntos menos que en el mes de julio.

Desde que existe este mecanismo de medición, nunca antes un jefe del Ejecutivo mexicano había exhibido números tan bajos.

Según la misma fuente sólo uno de cada diez mexicanos opina que el presidente tiene los problemas del país bajo control y siete de cada diez advierten que México camina hacia un rumbo equivocado.

Sería de esperar que la militancia priísta estuviera cerca de Peña Nieto, pero la misma encuesta advierte que también sufre cuestionamiento dentro de las filas de su partido.

La mitad de los priístas reprueba la gestión presidencial y, peor aún, un número que va en aumento dice que ha dejado de ser priísta durante los últimos años.

En este contexto no debería sorprender que liderazgos distintos al de Enrique Peña Nieto estén pensando en jugar por la libre. Si uno de cada dos priístas censura el desempeño presidencial es posible suponer que hay condiciones para que un liderazgo distinto intente disputar el poder dentro de esa fuerza política.

Podría argumentarse que en el PRI hay una larga tradición de disciplina, la cual funciona con eficacia cuando en Los Pinos habita uno de sus militantes.

Sin embargo vivimos en una época en que “los nuncas” están perdiendo vigencia. Nunca antes un presidente priísta había tenido un nivel de aprobación tan precario y esa circunstancia puede hacer que todo cambie.

Ayer fue Peña Nieto a dictar línea en el Consejo Político de su partido para evitar que le arranquen el timón de las manos.

Después de arrojar un par de líneas contra la corrupción entró en materia para cuestionar a los que están chupando reflectores.

¿Quiénes fueron los destinatarios de ese mensaje? ¿Miguel Ángel Osorio, Aurelio Nuño, Eruviel Ávila, Manlio Fabio Beltrones?

Todos sin duda, pero unos más que otros.

Para que no quedara duda del objetivo político del evento, después de dar su mensaje el presidente tomó protesta a nuevos consejeros, todos personajes muy próximos a él.

Destacó Luis Videgaray pero igual ingresaron a ese órgano otros como Francisco Guzmán, el jefe de la Oficina de la Presidencia, o Aurelio Nuño, secretario de Educación.

Este Consejo va a decidir la ruta hacia el 2018 y con los nombramientos recientes Peña Nieto quiere asegurarse un margen amplio de maniobra.

Si el presidente recupera aprobación en los próximos meses su estrategia va a funcionar. El problema para el PRI vendrá si la caída en la popularidad presidencial se mantiene. ¿Podrá Peña Nieto influir en las decisiones de su partido con niveles eventuales de aprobación de un 20 o 15 por ciento? ¿Mantendría el control sobre el proceso si sólo un tercio de priístas lo respaldaran?

Cada día tiene sus propios problemas y ese escenario todavía no estuvo presente en el festivo Consejo de ayer.

ZOOM: Curiosa coincidencia, dentro de la cúpula máxima del PAN hoy se quejan de que el partido azul haya llegado tarde a las elecciones de 2012. Mientras Enrique Peña Nieto tuvo libertad para construir su candidatura presidencial, los panistas tardaron demasiado tiempo en decidir. A toro pasado valoran ese retraso como un error gravísimo.

@ricardomraphael

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