La pugna entre los jesuitas y el gobierno mexicano puede ser tema complicado ahora que el papa Francisco viene a México.

Aún no se olvida la visita que, como candidato presidencial, hizo Enrique Peña Nieto a la Universidad Iberoamericana en mayo de 2012.

Ese episodio dio origen al movimiento #Yosoy132 que estuvo a punto de descarrilar la campaña priísta.

Han transcurrido casi cuatro años y, sin embargo, sobrevive el resentimiento que la actual administración tiene para con esa universidad y contra sus dueños, la orden religiosa fundada por Ignacio de Loyola.

Desde la Presidencia, y también desde la Secretaría de Educación, se ha mantenido un trato gélido hacia una de las escuelas de educación superior más importantes del país y también hacia la orden religiosa con más poder en la Iglesia católica, a partir de que Jorge Mario Bergoglio fuese nombrado Papa.

Una prueba del maltrato ha sido la negativa que la Secretaría de Educación ha mantenido para otorgarle a la Ibero el registro solicitado hace ya tiempo para abrir su preparatoria.

Además del episodio que dio origen al movimiento #Yosoy132, el gobierno reclama el papel jugado por la organización Miguel Agustín Pro, encabezada también por jesuitas.

Esta ONG ha tenido un rol protagónico para denunciar violaciones graves a los derechos humanos en México durante los últimos años, entre ellas destacan los expedientes de Tlatlaya y el de los normalistas de Ayotzinapa.

Su voz ha sido fundamental para que fuera de nuestras fronteras mexicanas exista una fuente alternativa de información creíble y seria.

En revancha, cada vez que tienen oportunidad, los emisarios del presidente hacen saber que mientras Enrique Peña Nieto habite en Los Pinos, los jesuitas mexicanos padecerán un invierno político.

Quizá hayan olvidado que Bergoglio es también jesuita y que sus hermanos de orden son la principal antena para informar al Vaticano sobre lo que ocurre en México y Centroamérica.

Cuando el Papa visitó el año pasado Cuba y Estados Unidos se especuló sobre las razones por las que decidió dejar a nuestro país para mejor ocasión. Columnistas destacados, como Raymundo Riva Palacio, informaron que la pretensión de Francisco I para reunirse con los padres de los normalistas de Ayotzinapa hizo que el gobierno mexicano operara para evitarse un mal trago.

Esta vez la agenda del pontífice está diseñada para ahorrarse circunstancias y contextos desagradables.

Sin embargo, flota una interrogante: ¿tocará el papa Francisco en sus discursos el tema de los derechos humanos en México? Y si lo hace, ¿dará la espalda al diagnóstico que los jesuitas han compartido con el Vaticano desde que Bergoglio ocupara la silla de San Pedro?

Mejor sería que el gobierno arreglara la relación descompuesta con la orden fundada por San Ignacio, antes de que el viejo rencor alimente un nuevo episodio desagradable.

ZOOM: Nadie como los jesuitas para hacer política; por eso no saben ser enemigo pequeño.

www.ricardoraphael.com

@ricardomraphael

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