Errar es de humanos, dice la mitad del proverbio, pero perseverar en el error es diabólico, concluye la otra mitad. Una fórmula perfecta de la sabiduría romana para advertir que mientras lo primero pasa, lo segundo no se perdona.

Una dosis mínima de esta sabiduría debería asistir al presupuesto federal que está a punto de presentarse a discusión.

Dentro y fuera del gobierno se vive con angustia el tremendo recorte. Al final ganará quien no caiga, porque a nadie le va a tocar más y la inmensa mayoría de las dependencias y programas gubernamentales verán disminuir su bolsa de recursos.

El lunes pasado se hizo público un documento que avisa sobre el presunto tijeretazo en contra de los recursos educativos. Ahí se asegura que la mitad del personal que cobra por honorarios en ese sector tendrá que buscarse otro empleo —hay dependencias donde la totalidad de los trabajadores se halla en tal circunstancia— y también se advierte que la caja para mejoramiento de las escuelas perderá 38 por ciento.

Con la misma intención se espera una reducción grave del presupuesto universitario y como muestra un botón: el próximo director de El Colegio de México administrará una institución 40 por ciento más pobre para el año próximo.

¿Cuál es la racionalidad detrás de estos recortes? La pregunta es pertinente sobre todo en términos comparados: ¿por qué educación y no, por ejemplo, agricultura o la Presidencia?

Cuando han de apretar el cinturón, lo último que las familias suelen mutilar son los gastos que destinan a la educación de sus hijos. ¿Por qué el gobierno habría de actuar distinto?

Durante demasiados años no se invirtió en remodelar y equipar escuelas. El censo educativo del INEGI confirmó el estado deplorable en el que se encuentran hoy los centros escolares; de ahí que fuera muy importante la continuidad del programa de mejoramiento que, en breve, morirá descalabrado.

En el mismo sentido cabe alarmarse por el recorte en plazas de honorarios y eventuales, dentro del sector educativo. Justo ahora que la reforma va arrancando, y que será por concurso que paulatinamente se irán asignando las plazas docentes, es cuando más necesita la SEP recurrir a fórmulas flexibles de contratación.

El corte anunciado pone en riesgo la apuesta por la profesionalización docente: si no hay maestros con plaza definitiva —porque aún no han aprobado el concurso— y tampoco se pueden entregar plazas eventuales, ¿quién va a dar clases?

Sorprende que no haya un documento similar sobre el recorte que debería enfrentar la Secretaría de Agricultura, la cual reparte anualmente alrededor de 70 mil millones de pesos en programas y subsidios que sólo sirven para alimentar clientelas y comprar voluntades con propósitos político-electorales.

Si el criterio de los recortes va a ser el de siempre, aplacar a los más gritones y joderse a los obedientes, estamos ante un error muy serio, que no será humano, sino de proporciones diabólicas.

El llamado presupuesto base cero es una oportunidad para volver más eficiente el gasto público. El problema radica en los criterios que vaya a utilizar la Secretaría de Hacienda para definir tal eficiencia.

No sorprendería que, escuchando aquel tango de Gardel, don Luis Videgaray confirme que en este México febril quien “no llora no mama y el que no roba es un gil (tonto)”.

El actual presupuesto del gobierno federal es el resultado de un caótico proceso de asignación definido por el poder de chantaje y extorsión de distintos grupos de poder: regionales, económicos, burocráticos, sindicales, partidistas, corporativos, etcétera.

Si la guillotina sigue los patrones de asignación utilizados en el pasado estamos en la antesala de un tremendo desastre.

ZOOM: En este escenario de recortes presupuestales, si los líderes de la izquierda piden disminuir los ingresos del gobierno es porque se han propuesto hacer el trabajo sucio de alguien más. El senador Miguel Barbosa Huerta nos debe un argumento que salve su honra.

@ricardomraphael

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