Está claro que en la fuga de El Chapo Guzmán existió colaboración dentro y fuera del Penal de Máxima Seguridad del Altiplano.

También es claro que dentro del penal, el líder del Cártel del Pacífico debió pagar carretadas de dinero para callar bocas, cerrar oídos y nublar ojos. Pero el asunto se complica más si se toma en cuenta que las “cárceles de alta seguridad” dependen del Sistema Penitenciario Federal, adscrito a la Secretaría de Gobernación.

Frente a esa realidad el mayor problema es para Miguel Osorio, titular de esa dependencia, quien para atender la instrucción presidencial “de investigar a fondo” la fuga de El Chapo deberá hacer cambios radicales, investigar a fondo, despedir y procesar penalmente a no pocos de sus colaboradores.

Y es que la fuga de El Chapo deja ver por lo menos dos lecciones fundamentales para el Estado mexicano.

La primera, que algunas de las más poderosas bandas criminales y cárteles de la droga son capaces de comprar no sólo jueces y policías, sino servidores públicos de medio y alto rango. Y es que, no hay lugar para otra tesis de la exitosa fuga de El Chapo que la compra de lealtad y tecnología, para construir en secreto la rutas de escape predilecta de Joaquín Guzmán: un túnel.

Además, El Chapo inauguró la construcción de túneles en la frontera entre México y Estados Unidos a finales de los años 80 —entre Agua Prieta, Sonora, y Douglas, Arizona—. Mas aún, días antes de su segunda captura —en febrero de 2014—, Guzmán Loera escapó de sus perseguidores a través de un túnel que conectaba el baño de su casa con el drenaje de la capital de Sinaloa.

Pero la segunda lección resulta igual o más preocupante que la primera.

Y es que si el mapa criminal de Seguridad Nacional colocaba al cártel de El Chapo como una organización menguante, la nueva fuga del siglo confirma que sigue siendo la organización más poderosa; no sólo por su capacidad tecnológica para construir un túnel como el que permitió la fuga de El Chapo, sino para operar un sistema de comunicación secreta entre el propio jefe criminal, sus abogados y operadores y —en especial—, para corromper todo lo que se requiera corromper.

Y si existen dudas sobre la capacidad organizativa, operativa y corruptora de El Chapo basta recordar que en el mismo penal de El Altiplano viven presos como Édgar Valdez Villarreal, La Barbie; José Luis Abarca, Daniel Arizmendi, Teodoro García Simental, Ernesto Fonseca, Miguel Ángel Félix Gallardo, Jesús Zambada y Osiel Cárdenas, y que ninguno de ellos ha sido capaz de una empresa como la que tiene en la calle a El Chapo.

Mas aún, era de tal efectividad el sistema de comunicación de El Chapo —desde la cárcel con el exterior—, que dos de sus hijos presumían en redes sociales que en cualquier momento podría estar libre, como lo demuestran los siguientes tuits.

El 6 de julio @IvanArchivaldo escribió: “Todo llega para quien sabe esperar”. El mensaje se entiende como respuesta a un mensaje de que escaparía. Dos meses antes, el propio @IvanArchivaldo fue más claro: “No miento e llorado pero es de hombres y ahora va la mia, traigo gente armada y les prometo que en general pronto estará de regreso” (sic).

El 28 de marzo, otro hijo de El Chapo, @OvidioGuzmánL escribió: “No quiero adelantar nada pero ayer resivi una noticia que me hace alegre el día supe de mi pa y me alegra saber que todo esto fue un arreglo” (sic).

Resulta que parecía un secreto a voces la fuga de El Chapo. ¿Y la inteligencia del Estado mexicano? ¿Hasta dónde llegó la corrupción? Al tiempo.

Twitter: @ricardoalemanmx

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