Claro que Margarita Zavala es una persona diferente a su esposo Felipe Calderón y que, en la política mexicana, cada uno de ellos ha intentado seguir su propio camino. Pero permítase aquí, con fines exclusivamente ilustrativos, hacer un símil con el dogma católico de la Santísima Trinidad. En él se acepta la existencia de un solo Dios representado en tres personas distintas, pero en el caso del matrimonio Calderón-Zavala, estaríamos ante una especie de santísima dualidad: Un sólo interés político representado y compartido por dos personas diferentes.

De ahí que se pueda proponer, como hipótesis a comprobar, que la eventual llegada a Los Pinos de la señora Zavala, sería una reelección disfrazada del ex presidente Felipe Calderón. Y no por hacerla menos a ella en su condición de mujer, sino que, por lo sabido, comparten la ideología del PAN, en la que siempre han militado; y uno debe suponer que el mismo proyecto político.

Además, como el matrimonio católico que son, tradicional y entregado al culto regular de su fe, según ella misma cuenta en su reciente libro Margarita, mi historia, aceptan los términos que ésta les marca en su relación de marido y mujer. En esas condiciones, ¿podría la señora Zavala desvincular sus decisiones como jefa de Estado de la influencia de su esposo? De ella se ha encomiado la discreción con que asumió su papel de primera dama, casi hasta el grado de la invisibilidad, pero ¿cree usted que ella dejó de influir en las decisiones de Felipe Calderón?

De manera que no son cuestionamientos misóginos ni discriminatorios, sino políticamente prácticos. Con Margarita tendríamos una inevitable extensión de un gobierno que sin duda tuvo sus éxitos, pero que quedará, en los anales de la historia, como el que desató una guerra contra el narcotráfico, finalmente inútil que, en su afán por legitimarse tras una elección severamente cuestionada y con resultados muy cerrados que el tribunal electoral fue incapaz de limpiar, sólo dejó miles de muertos y desaparecidos.

Por lo demás, la trayectoria de Margarita Zavala en la política nacional es más bien magra. Sólo ha sido asambleísta de la Ciudad de México y diputada federal, sin menoscabo de diversos cargos en su partido. Su cercanía al ejercicio del poder más bien estuvo al lado de su esposo en su —¿discretísima?— actuación como primera dama.

El sufragio efectivo y la no reelección fueron banderas centrales de una cruenta revolución social a la que la actual clase política ya no reivindica ni recuerda, como pudo apreciarse apenas el 20 de noviembre pasado. Aun así, la no reelección está arraigada en el ser profundo de nuestro país. Su sola mención ha sacado y saca ronchas en el imaginario popular, además de que ha sido causa de hechos desestabilizadores en el México posrevolucionario.

Álvaro Obregón la intentó y fue asesinado. Plutarco Elías Calles la impuso con el Maximato hasta que fue desterrado. Carlos Salinas la auscultó en elecciones estatales como la de Gonzalo Martínez Corbalá en San Luis Potosí, sin buenos resultados; y después pretendió imponerla con Luis Donaldo Colosio, candidato presidencial que acabó asesinado y que precipitó al país en una crisis que dio lugar a otro homicidio político, el de José Francisco Ruiz Massieu.

Ya con el PAN en la Presidencia, Vicente Fox hizo el grotesco experimento de la “pareja presidencial” impulsando las absurdas pretensiones de sucederlo de su ambiciosa esposa Marta Sahagún, quien, al renunciar públicamente a ellas, seguramente evitó otro desaguisado.

Hoy estamos frente a un posible intento de reelección disfrazada que forma parte de una estrategia política más amplia.

Vimos así en días pasados al matrimonio Calderón-Zavala navegando los mares de Campeche en el lujoso yate del empresario Carlos Mouriño, padre del mal logrado Juan Camilo, personaje central del proyecto político del ex presidente. ¿Fue sólo un paseo o el pacto de apoyo económico para la candidatura de Margarita? ¿Lo hace Calderón por amor o por solidaridad con su esposa? No, lo hace por un interés que el matrimonio comparte.

El activismo político de Calderón hacia la causa de su esposa, incluida la publicación del libro a que nos referimos líneas arriba, forma parte de una estrategia mediática para colocar a Margarita en una posición de reconocimiento público que ya reflejan las encuestas. La más reciente de EL UNIVERSAL la situó en el primer lugar de las preferencias electorales con 30%, cinco puntos arriba del 25% de López Obrador. Y la de Reforma la pone como la más reconocida por la gente con 25% de los encuestados, un punto porcentual arriba del líder de Morena, que lleva 18 años en campaña. Ahí se las dejo.

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