Fueron muchos los testimonios de mujeres tocadas, besadas y acosadas por Donald Trump. Lo vimos insultar sin pudor y lo escuchamos expresarse sobre nosotras con palabras que superan la indignación.

¿Cómo una mujer que se respeta puede darle su voto?

Habrá que preguntarlo a ese 42% de estadounidenses que lo prefirieron a él.

Según encuestas de salida de CNN (un atrevimiento esto de citar sondeos cuando están tan decaídos), 53% de las mujeres blancas votó por Trump. Lo hizo también 4% de las afroamericanas y 26% de las latinas. También 62% de las mujeres sin educación superior y el, nada despreciable, 45% de las universitarias prefirieron al hombre que bromea sobre lo “costosa” que puede ser una vagina.

Creo que la proclividad de Trump a ofender refleja el tamaño de sus complejos. Eso es parte de lo que lo hace tan peligroso.

Aceptémoslo, el mundo como creíamos conocerlo ha dejado de existir y estamos frente a un escenario en el que reina lo impredecible. Resulta que el discurso intolerante, racista, misógino y hostil es todavía muy efectivo. Seguir considerándolo anacrónico es pecar de ingenuidad. En unas cuantas semanas su más visible promotor se convertirá en el presidente número 45 de Estados Unidos y se convertirá en el hombre más poderoso del mundo. Su postulación, por inverosímil, nos llevó de la incredulidad al pasmo. Pasó frente a los ojos del mundo y nadie pudo detenerlo.

¿Qué hacer ahora? Replantear la diplomacia con Estados Unidos es el paso no sólo necesario, sino urgente para el gobierno de Enrique Peña Nieto. Ya dentro de dos años, seguramente largos y difíciles, alguien más asumirá el liderazgo y la relación con el socio comercial más importante de México. Tendrá que ser alguien responsable y con altura de miras. Ni corruptos, ni demagogos, ni líderes debilitados por la división al interior de los partidos pueden enfrentar un panorama así de adverso. Estamos ante una “emergencia nacional”, según palabras de Enrique Krauze, que sólo puede enfrentarse con una gran unidad. No podemos permitirnos votar también impulsados por la rabia, el miedo, el egoísmo o la ignorancia. La cosa no está para mezquindades.

EL HUERFANITO. Para que una ofensa duela, debe venir de alguien valioso. No me afligen ni tantito sus insultos, señor Trump.

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