Ángel quiere estudiar leyes en Estados Unidos, ha pasado casi la mitad de su vida allá, tiene 25 años y más de una década sin ver a su padre que habita en un poblado de Guerrero. No puede salir del país a menos que reciba un permiso especial, porque Ángel no es un ilegal, pero tampoco tiene una residencia ni mucho menos la ciudadanía norteamericana. Ángel es un dreamer.

Decenas de miles de jóvenes pertenecen a este programa que pretende regularizar a lo mejor de la migración en Estados Unidos: muchachos que no nacieron en la Unión Americana pero que arribaron antes de cumplir los 15 años y que, además, pueden demostrar que estudian o trabajan, que son gente de bien. Personas que no vale la pena deportar sino aprovechar: la crema y nata de la inmigración ilegal.

Los dreamers son líderes forjados en la adversidad, en México les negaron las oportunidades de un futuro y en Estados Unidos tuvieron que arreglárselas con la discriminación, esconderse de la migra, aprender el nuevo idioma, las nuevas costumbres, buscarse una chamba y extrañar en el alma a los seres amados que los enviaron desde este lado del Río Bravo sin la seguridad de volverlos a ver.

El pasado viernes, tuve la oportunidad de convivir con dreamers que visitaron México bajo el apoyo de la US-Mexico Foundation. Para la mayoría, esta fue la primera vez, en más de una década, que regresaron a su país y podían ver, escuchar de frente, abrazar y besar a sus seres queridos.

Durante un diálogo entre dreamers y legisladores, que tuve el honor de moderar, saltaron muchos sentimientos de estos jóvenes que, con toda la razón, reclamaron a sus representantes por la falta de apoyo, pero sobre todo por la desunión, por los egos transformados en declaraciones inútiles transformadas a su vez en carreras políticas infructuosas, llenas de paja y carentes de practicidad.

Ángel espetó a los legisladores algo como esto: “Así como está la frase de Vicente Guerrero en el pleno, ‘La patria es primero’, ¿será que algún día la patria pudiera ser lo primero que les importe y dejen sus divisiones a un lado?, ¿será que algún día pongan a la patria primero que a sus intereses?”.

Unas horas antes de la reunión con los dreamers, en una posada perredista, algunos senadores le gritaban “puto” a Donald Trump y rompían una piñata que lo representaba.

Algunos dreamers, casi todos, tienen mucho más confianza en Trump que en los políticos mexicanos.

Y tienen toda la razón.

De Colofón. En Puebla no manda el gobernador, sino Fabiana Briseño, brazo del gobernador electo Tony Gali, que gira instrucciones al gabinete entero bajo la amenaza de perder o conservar la chamba en el nuevo gobierno. ¿Alguien le informa al suspirante o que el último apague la luz?

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