La victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales del año pasado dejó tocado al Partido Demócrata. Desde entonces, los demócratas han tratado de recuperar ánimos peleando en el puñado de elecciones especiales realizadas para suplir a algunos congresistas que Trump eligió para su equipo de trabajo. No les ha ido bien. Después del par de votaciones del martes pasado, los demócratas acumulan 4 derrotas en distritos tradicionalmente republicanos. La más reciente, en el distrito sexto de Georgia en los suburbios de Atlanta, resultó particularmente dolorosa.

La curul, dejada vacante por el congresista Tom Price al convertirse en secretario de Salud de Trump, ha pertenecido a los republicanos desde finales de los 70. Algunos meses atrás, los demócratas encontraron un candidato que prometía ser lo suficientemente atractivo y distinto como para “voltear” el distrito. Jon Ossoff, de apenas 30 años de edad, elocuente y de buena pinta, graduado de la London School of Economics y con una breve carrera como documentalista, se convirtió, al menos al principio, en un fenómeno, tanto así que estuvo a punto de ganar la primera vuelta electoral para quedarse con el puesto sin necesidad de ir a un desempate. Para desgracia de Ossoff y los demócratas, el par de puntos que separaron al joven aspirante del triunfo alargó la contienda y le permitió a los republicanos concentrar esfuerzos en modificar la imagen pública de Ossoff —al que rápidamente etiquetaron como un inexperto hippie que ni siquiera había vivido en el distrito— y consolidar la figura de su oponente, la conservadora Karen Handel, 25 años mayor que Ossoff y con una larga trayectoria en la política republicana en Georgia. Al final, gracias a una serie de anuncios de campaña despiadados y efectivos, Handel logró detener el crecimiento de su rival y lo venció por tres puntos porcentuales.

La derrota de Ossoff ha hundido a los demócratas en una espiral de impotencia. La esperanza del partido era que el desprestigio de Trump, quien cuenta apenas con un 39% de aprobación, se tradujera en repudio electoral incluso en sitios predominantemente republicanos. La apuesta ha resultado prematura. A pesar de su reducido índice de aceptación, Trump está todavía lejos de convertirse en un pasivo para el partido conservador y sus candidatos a cargos de elección popular. Las élites liberales (y un porcentaje creciente de votantes, de acuerdo con las encuestas) podrán repudiar a Trump, pero lo cierto es que el presidente de Estados Unidos ni está muerto políticamente ni resulta tóxico para su partido. Por el contrario, Trump ha demostrado que, en circunstancias y lugares propicios, su palabra puede ayudar a los republicanos (Trump apoyó abiertamente a Handel en Georgia, por ejemplo).

¿Qué le queda por hacer a los demócratas? Lo primero que tendrán que aprender es a tener paciencia. No es lo mismo cuatro elecciones especiales en zonas republicanas por tradición que la votación de noviembre del año que viene, en la que estará en juego la Cámara de Representantes y una tercera parte del Senado. En todos sentidos, la lucha por el legislativo ni siquiera ha comenzado. Otro factor que deberá alimentar esa tan necesaria paciencia es la capacidad de Trump para la erosión. Es imposible saber dónde estará la popularidad del presidente de EU dentro de 17 meses, pero si todo sigue como hasta ahora no es imposible pensar que Trump se haya convertido, para entonces, más en un pasivo que en un activo para su partido en la batalla federal.

Pero, sobre todo, el partido demócrata deberá dejar de pensar en la impopularidad potencial de Trump como su principal argumento de campaña. La estrategia reactiva rara vez funciona en la política. Si quieren retomar el control del Congreso en 2018 y la presidencia dentro de tres años, los demócratas tendrán que elegir candidatos sólidos que no solo representen un contraste con Trump sino también ofrezcan agendas constructivas propias. De esa selección depende buena parte de la siguiente gran lucha política en EU. Ya hay algunas señales de esperanza entre los demócratas. El primer distrito de Wisconsin es el ejemplo más claro. El Partido Demócrata probablemente elegirá a un elocuente trabajador de la industria de la metalurgia llamado Randy Bryce para tratar de derrotar a Paul Ryan, el poderoso líder de la mayoría republicana en la Cámara de Representantes e ideólogo en jefe del ala conservadora del partido. Bryce tiene una historia personal interesante —fue veterano de guerra, por ejemplo— que podría ayudarlo a presentarse como auténticamente distinto a Ryan, un político cómodamente integrado a la vida de Washington D.C. La selección de Bryce como candidato es una muestra del camino que debe seguir el partido de oposición en EU si quiere darle un revés a su némesis Trump. Toda política es local, y en la política no hay transformaciones mágicas. Los demócratas tienen mucho trabajo por hacer.

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