A menos de que ocurra una gran sorpresa que altere el rumbo de la opinión pública mexicana, la del 2018 será una elección de cambio. Después de la aprobación de las reformas estructurales, el círculo peñanietista olvidó que el arte de gobernar comienza con el arte de explicar. El presidente se equivocó al decidir que los costos y beneficios de las reformas se explicaran por sí solos. El proceso de convencimiento después de un cambio de semejante profundidad no podía ser ni automático ni delegable. Las consecuencias de la omisión están en las calles mexicanas ahora mismo y se antoja improbable que el humor social mejore en los próximos meses. A eso habrá que sumar el debate sobre el ejercicio ético de la política, batalla que también ha perdido el partido en el poder mucho antes de que arranquen las campañas. La combinación de ambos factores —la impericia al gobernar y la percepción de corrupción e impunidad de quien gobierna— marcan desde ya la elección, que apunta hacia un viraje al timón.

Es bien sabido que, en este escenario, el candidato de mayor fortaleza es Andrés Manuel López Obrador. Ambos factores lo favorecen con una claridad que, estoy seguro, sorprende incluso al propio líder de Morena. La línea de ataque lopezobradorista contra el eventual aspirante del PRI es evidente: cualquier vínculo con el sexenio peñanietista será usado en su contra. Así, el PRI no tiene otro camino que nominar un candidato lo más alejado posible de un presidente tóxico, asunto complejo para las estructuras jerárquicas del partido. La buena suerte de López Obrador crece con la consolidación de Margarita Zavala como candidata del PAN. Uno puede debatir la justicia de insistir en dicho vínculo, pero lo cierto es que, desde la óptica lopezobradorista, es mucho más sencillo relacionar a Zavala con lo peor del legado del calderonismo de lo que hubiera sido hacerlo con un panista, digamos, menos visto.

Pero no todo está dicho. La llegada de Donald Trump al poder sumará una variable imprevista a la elección presidencial en México. La batalla pública contra los desplantes trumpistas puede convertirse en el factor sorpresa del 2018, sobre todo para los aspirantes de la oposición. Aquí, como en otros flancos, el eventual candidato del PRI afronta un desafío de difícil salida. Frente a Trump, el gobierno peñanietista ha optado, desde hace tiempo, por una estrategia de apaciguamiento que podría terminar por acercarse a la sumisión, o al menos a la percepción de la sumisión, que en política es casi equivalente. Por eso parece improbable que el candidato del PRI tenga espacio para enfrentar a Trump con la fortaleza necesaria. A Trump no se le puede golpear con una mano y acariciar con la otra.

Los candidatos de la oposición no sufren de ataduras similares. Si así lo deciden, López Obrador, Zavala y quien decida sumarse a la baraja podrán confrontar al boquiflojo de Washington con toda libertad y hasta gusto. Curiosamente, en ese escenario, la balanza podría inclinarse hacia Zavala. En un afán por proteger su margen de maniobra ante lo que considera un triunfo seguro o quizá por un genuino desinterés sobre lo que ocurre más allá de las fronteras mexicanas, Andrés Manuel López Obrador ha optado por guardar un cauteloso silencio frente a Trump. Es lamentable que así sea. Como (supuesto) líder del pensamiento progresista mexicano, López Obrador tendría incluso la obligación moral de encabezar la resistencia desde México contra el potencial tirano estadounidense. Tristemente, como el gran experto que es en la persecución del poder, ha preferido cuidar sus posiciones. Allá él.

El caso de Margarita Zavala es distinto. A su manera, Zavala ha sido mucho más clara y frontal al enfrentar la amenaza trumpista. En distintos momentos de la campaña estadounidense respondió con firmeza a Trump y sus provocaciones. Cada uno de esos momentos le ganó reconocimiento público. Algo parecido le ha pasado a Vicente Fox, que volvió al escenario respondiéndole a Trump y ahora lo ha vuelto a hacer con una serie de mensajes típicamente foxistas que le han ganado notoriedad en redes sociales y en la prensa internacional. El propio Felipe Calderón logró algo parecido hace unos meses al responderle a Trump sobre el mentado muro. La oportunidad para Margarita Zavala es indiscutible. Tomar la vanguardia en la réplica mexicana a las provocaciones trumpistas —una mata que, por desgracia, seguirá dando— le permitiría proyectar fortaleza, consolidar una identidad política propia y, con toda seguridad, renovada popularidad. Son tiempos inciertos: no es aventurado suponer que el electorado recompense la valentía, incluso si es puesta en práctica con afanes efectistas. Alguien tiene que ponerle un alto a Trump, así sea meramente retórico. Como en el patio de la escuela, el que da un empellón a tiempo gana respeto y proyecta liderazgo. ¿Quién será el valiente?

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