La despiadada agresión de Donald Trump contra nuestro país ha provocado un fenómeno sorprendente: después de años de profundo encono político y social, los mexicanos hemos hallado un motivo para la solidaridad. De pronto, el enemigo en común parece más importante que los agravios de los últimos años. El anuncio de la construcción del infame muro fronterizo y la posterior escaramuza sobre la visita de Enrique Peña Nieto a Washington ha incluso cambiado el tono en las redes sociales, escenario habitual de las recriminaciones. A mediados de la semana pasada, los hashtags que destacaban en Twitter no hablaban de fracturas, burlas o regaños sino de concordia (#MexicoUnido, decía uno). En suma, Trump parece haber despertado el más improbable de los sentimientos en el México moderno: la fraternidad patriótica, por más efímera o artificial que pueda parecer.

Esta buena noticia ofrece varias lecciones. La primera corresponde aprenderla al gobierno. No es una exageración suponer que Enrique Peña Nieto atraviesa por un mejor momento. El reconocimiento a la reciente sensatez presidencial demuestra, una vez más, que la valentía tiene recompensa inmediata. Peña Nieto necesitó muy poco para ganar la mejoría de imagen de la que goza hoy. Aun así, la cancelación del viaje a Washington pudo haber sido más eficaz si hubiera llegado antes del grosero tuit de Trump. Si Peña Nieto hubiera tenido la fuerza para suspender su visita antes de que Trump le retirara la invitación, el premio de capital político habría sido todavía mayor. Que la tardía cancelación del viaje le ganara semejante aplauso demuestra a qué grado la opinión pública mexicana se había cansado de timidez y complejos. El presidente probablemente se da cuenta ahora de lo mucho que podría haber ganado si hubiera ignorado a los asesores que le recomendaron tratar de negociar con Trump como si se tratara de un estadista y no un troglodita de mentalidad binaria. Nunca es tarde para aprender que, en tiempos de la diplomacia de patio escolar, más se gana poniéndole un alto al bully de la cuadra que tratando de convencerlo de ser un caballero. En la política, como en la vida, solo la fortaleza construye.

La otra lección es más bien la manifestación de una oportunidad. La agresión de Trump ha puesto a México en una posición curiosamente envidiable. Más allá del voto duro de Trump y del propio gobierno trumpista, México y los mexicanos han generado una ola de simpatía inédita en los últimos tiempos. Artistas, académicos, periodistas, exfuncionarios y políticos en Estados Unidos y el mundo han dedicado mensajes en redes sociales, artículos en publicaciones de prestigio y hasta videos enternecedores en defensa de lo mexicano. De pronto, México está de moda.

No es casualidad, por ejemplo, que Conan O’Brien, uno de los grandes comediantes de Estados Unidos, planee viajar a México para grabar su popular programa nocturno y “hacer algo positivo”. Lo de O’Brien no es cosa menor. Gran parte del problema que enfrenta México y lo mexicano con el electorado estadounidense parte de una profunda ignorancia. Si lo único que escuchan y ven en los medios de comunicación estadounidenses y las redes sociales es que México es un nido de ratas corruptas, ¿por qué habrían de tener una actitud distinta hacia los mexicanos? No hablo al tanteo. El año pasado, un estudio de la Universidad de Columbia demostró que las grandes cadenas de televisión en Estados Unidos abordan temas hispanos sobre todo para hablar de migración y crimen. No hay matices ni interés por mirar más allá. México se vuelve un estereotipo deplorable y no el país adolorido y complejo pero también creativo y vibrante que en realidad es. Por eso, el gobierno de México, la iniciativa privada y los mexicanos en general debemos aprovechar este momento de adhesión mundial para demostrar a qué grado se equivoca Trump. Herramientas sobran, desde los grandes exponentes del poder suave mexicano (los Luna, Olvera, González Iñárritu, García Bernal, Del Toro, Chicharito y demás) hasta el ejemplo de trabajo y esfuerzo diario de nuestros paisanos, los que viven en Estados Unidos y los que viven en México. Si Trump pretende empequeñecernos, es hora de hinchar el pecho y demostrar lo que somos. No hay mejor antídoto contra el prejuicio.

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