Hay una buena y una mala noticia para Carlos Sada, el nuevo embajador de México en Washington, y para el gobierno mexicano en general, ahora que aparentemente ha decidido tomarse en serio la amenaza que representa Donald Trump y el discurso nativista en Estados Unidos.

La buena noticia es que las posibilidades de que Trump sea el candidato republicano a la presidencia estadounidense se han reducido notablemente. Una serie de variables han restado ímpetu a Trump en las últimas semanas. La primera es el desorden dentro de su equipo de campaña, pequeño, aislado y poco preparado para la tarea, inédita e inmensa, de llevar a buen puerto las aspiraciones de Trump en esta última etapa del proceso de nominación, en el que el entusiasmo importa cada vez menos y la experiencia y organización cada vez más. Otro factor que opera en contra de Trump es la oposición decidida de la cúpula republicana, que poco a poco se ha alineado contra él. El estado de Wisconsin, donde se llevó una tunda, es un buen ejemplo. El gobernador republicano del estado operó contra Trump, lo mismo que un grupo de comunicadores radiofónicos conservadores de gran influencia. Trump, terco, mal preparado y mal asesorado, no supo defenderse. Es muy probable que el tipo de oposición que Trump enfrentó en Wisconsin se repita en varios estados subsecuentes. De ocurrir así, será casi imposible que alcance el número mágico de mil 237 delegados que le otorgarían la candidatura por mayoría.

Si Trump llega a la convención del verano en Cleveland sin la candidatura en la bolsa, será muy difícil que logre maniobrar para conseguirla una vez ahí. Y ese es, al final, el mayor reto que enfrenta: las reglas de la contienda republicana trabajarán en su contra. En el extraño sistema que rige a los partidos en Estados Unidos, los candidatos se eligen durante un proceso de votación en las convenciones de los partidos. En la primera ronda de votaciones, los delegados que representan a los electores de los estados están obligados a votar por el candidato que ganó en cada lugar. Si nadie obtiene mayoría se procede a rondas subsecuentes en las que, en una regla claramente antidemocrática, cierto número de delegados puede dejar de lado la voluntad de los votantes que dicen representar y votar por quien quieran hacerlo. Así, un delegado que teóricamente debería votar por Trump puede hacerlo por Ted Cruz. Si eso ocurre, es muy improbable que el equipo de Trump pueda operar para obtener la nominación. Las consecuencias de quitarle la candidatura a quien recibió la mayor cantidad de votos reales pueden ser varias y severas, pero nada de eso importa en el proceso de la convención, cuyo único fin es elegir a un candidato presidencial “haiga sido como haiga sido”. Hasta ahí la buena noticia.

Ahora la mala para el embajador Sada, un hombre extraordinariamente calificado para el puesto para el que ha sido propuesto: la ola nativista desatada por Trump no se acabará con el final de las aspiraciones del candidato. En este caso, por desgracia, la rabia sobrevivirá al perro. Trump y buena parte de sus compañeros republicanos (Ted Cruz es tan o más radical que Trump) han puesto de manifiesto un resentimiento antimexicano y antiinmigrante que debe preocupar al embajador Sada y al gobierno de México. No es sólo una antipatía racial. En un gran número de votantes republicanos (y no pocos demócratas, como ha demostrado Bernie Sanders) hay también una molestia creciente por las consecuencias del libre comercio con México, empezando con la pérdida de empleos de manufactura. Es altamente probable que esa narrativa proteccionista domine buena parte de la discusión rumbo a la elección de noviembre. La percepción de que el libre comercio con México (y el mundo) ha perjudicado a los trabajadores estadounidenses está en el centro del discurso de Trump y de Sanders. Por ejemplo: el dramático video en el que los empleados de la fábrica de aire acondicionado Carrier de Indiana protestan tras enterarse de que la empresa planea mudarse a México ha aparecido en los debates republicanos y demócratas. La irritación es palpable y promete ser duradera. Seguramente trascenderá no sólo las aspiraciones de Trump, sino la elección misma. En ese contexto, el gobierno tiene frente a sí el reto de cambiar la percepción de México y los mexicanos en la vida de Estados Unidos y millones de estadounidenses. El desafío no es nuevo, por supuesto. Pero nunca ha sido más urgente.

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