Debido a las acciones y planteamientos de Donald Trump relacionados con México, su elección como presidente de Estados Unidos representa una problemática sin precedente para este país. Se trata de una coyuntura compleja y delicada que requiere una respuesta excepcional de México, esto es, de todos los mexicanos y de su gobierno. Todos debemos participar, y el gobierno debe coordinar las acciones.

Quedó atrás una era de la relación bilateral que se basaba en las siguientes premisas: un gobierno estadounidense racional (conforme a sus intereses), informado, interesado en México (aunque sólo fuera por razones de seguridad), y que en los últimos años se denominó “prosperidad compartida”. Otras premisas son que dicho gobierno tenía la convicción de cumplir la ley, incluso muchos —que no todos— de sus convenios y tratados internacionales. Esto es, procuraba actuar en la legalidad y bajo principios de buen gobierno. Eso quedó atrás.

Como para otros países, ahora para México el escenario es el de un gobierno movido más por quimeras ideológicas, ocurrencias y caprichos, integrado por un equipo inexperto y poco profesional en la labores que ahora le toca desempeñar.

Si bien siempre se ha sabido que EU no es un país monolítico, sino que aglutina diversos intereses y visiones nacionales, México actuaba bajo el entendido de que el gobierno federal estadounidense tenía la capacidad y la fuerza para alcanzar entendimientos internos, que a su vez le permitían adquirir compromisos internacionales. Eso ya tampoco es así. Los estadounidenses están profundamente divididos (52.8% votó en contra de Trump) y hay tantos intereses en conflicto que será difícil que el nuevo presidente los pueda alinear pronto.

Para México, la relación con EU le requería adoptar un papel proactivo, proponer soluciones a los problemas, insistir hasta obtener respuestas del gobierno estadounidense y, con frecuencia, interactuar con otros ámbitos de gobierno, como el Congreso, gobernadores, alcaldes, y otros importantes actores políticos y sociales. Esa necesidad perdura, incluso se acentúa en el gobierno encabezado por Trump, sobre todo al inicio de su administración. Sin embargo, adoptar una actitud proactiva requiere un balance delicado entre prudencia y firmeza, quizá más que en ningún otro momento de la relación bilateral. Una complejidad adicional es que más de la mitad de los estadounidenses no votaron por Trump. Esto es, cada acción o reacción de México a planteamientos de su administración deberá cuidar de no lastimar los intereses de sus opositores, que no se debilitarán con rapidez, debido a los constantes embates que recibirán de su gobierno.

Hasta ahora, el mensaje del gobierno mexicano a sus ciudadanos ha buscado restarle gravedad a la situación que se enfrenta. Este resulta contraproducente, sobre todo cuando en sus discursos sobre su primer día y sobre su plan de 100 días Trump ratifica sus intenciones. Pocas veces ha habido tanta unidad en la visión y la reacción del pueblo mexicano a un evento internacional como ahora. Es absurdo subestimar la información y el entendimiento del pueblo de México sobre lo que representa el gobierno de Trump, sobre todo cuando hay una marcada desconfianza hacia el presidente Peña y su gobierno (49% no le cree nada al Presidente, encuesta trimestral GEA-ISA).

Lo que se espera, porque se requiere, es que a partir de reconocer la situación, el gobierno transmita que está actuando con una visión estratégica, y que concite la cooperación ordenada de todos para enfrentar mejor esta nueva etapa de la historia del país.

La situación exige evitar que México adopte posiciones maximalistas, que transmitan intransigencia al cambio, pero, al mismo tiempo, tampoco ansiedad para hacer concesiones a lo que eventualmente podría concretarse como demandas del gobierno de Trump. Tampoco hay que provocarlo innecesariamente. Para convencer a los mexicanos de que está actuando de manera estratégica, el gobierno tiene que, en vez de declarar, actuar conforme al ritmo que exijan las circunstancias; y cuando comunique, hacerlo con un mensaje único, acerca de las acciones que está impulsando de manera coordinada.

Economista

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