Unas lluvias atípicas y la llegada de la plaga conocida como el chahuistle arruinaron las cosechas y provocaron la escasez de granos. La muchedumbre, enloquecida ante la falta de alimentos, se lanzó a la calle, incendió el palacio virreinal y las casas del Cabildo, y saqueó los “cajones” de ropa y porcelana que por entonces existían en lo que hoy llamamos el Zócalo.

El erudito más notable de la Nueva España, el cosmógrafo real Carlos de Sigüenza y Góngora, contempló el motín desde una esquina de la Plaza Mayor. Lleno de odio, culpó a la “plebe tan en extremo plebe” de los daños ocurridos aquel día de 1692.

Para Sigüenza, la “plebe tan en extremo plebe” era la más infame —según escribió en una carta—, porque estaba compuesta “de indios, de negros, de criollos y bozales de diferentes naciones, de chinos, de mulatos, de moriscos, de mestizos, de zambaigos, de lobos y también de españoles que en declarándose zaramullos (que es lo mismo que pícaros, chulos y arrebatacapas)… son los peores entre tan ruin canalla”.

En 1692 la plebe más infame estaba compuesta por todos aquellos que carecían de piel blanca. Les llamaban zambos, cambujos, coyotes, lobos, chinos, zambaigos.

Un chino era el producto de la unión entre dos castas: mulato e indio. Un morisco, de mulato con español. Los lobos provenían de la mezcla de mulato y saltapatrás (hijos de blancos con rasgos negroides). El despreciable zambaigo venía de la unión de un cambujo (alborozado y negra) y una india.

Dirá usted que todo esto terminó con el virreinato. Yo recuerdo que a finales de la década de 1990, cuando las viejas casonas del centro histórico de la ciudad de México se fueron convirtiendo en bares de moda, los blancos de siempre regresaron al centro para disfrutar de sus antiguos palacios y los zambos, cambujos, lobos y coyotes los seguían esperando a las puertas de estos, ya no como lacayos o palafreneros, sino convertidos en meseros, cadeneros, valet parkings.

El viernes pasado el Inegi presentó la primera edición de su encuesta sobre Movilidad Social Intergeneracional. La encuesta demuestra que a punto de concluir la segunda década del siglo XXI en México las personas de piel oscura alcanzan niveles menores de escolaridad y ocupan menos puestos directivos que la gente de piel clara.

Sigüenza estaría contento. La “ruin canalla” continúa en su sitio. Por supuesto que esto ya lo sabíamos, pero es la primera vez que se hace oficial.

El Inegi pidió a mexicanos de entre 25 y 64 años que se autoclasificara en una escala cromática de once tonos. Desde el más claro (K) hasta el más oscuro (A). Una vez definido el color de piel se interrogó a los encuestados sobre su escolaridad, y sobre su oficio o su profesión. Se les preguntó también cuánto ha mejorado su situación económica entre la infancia y la actualidad.

Tres de los tonos de piel más claros de la escala (I, J, K) cuentan con estudios de nivel superior. Solo el 25% de las tres tonalidades más oscuras (A, B, C) alcanza el nivel profesional.

De las personas que se autoclasificaron en los tonos de piel más claros, solo 10% no cuenta con algún nivel de escolaridad. La cifra se eleva a 20.2% en el caso de las personas que se autoclafisificaron en las tonalidades más oscuras.

Una segunda comprobación dramática de la encuesta es que mientras más oscuro es el color de la piel, los porcentajes de personas con altos cargos se reducen. En cambio, cuando los tonos de piel se vuelven más claros, ocurre a la inversa.

La encuesta indica que los puestos directivos, entre funcionarios, profesionistas y técnicos, son ocupados con mayor frecuencia por personas que tienen la piel clara: el 31.5% de quienes se desempeñan en esos cargos se ubicaron en el nivel de piel más blanco (K).

En el otro extremo de la paleta, solo 8.9% se halla al frente de puestos directivos.

Dos contrastes más: entre artesanos, operadores de maquinaria y de transporte, solo 12.6% posee la piel muy clara. Entre “trabajadores en actividades elementales y de apoyo”, el 34% se ubicó en el nivel de piel C, uno de los tres más oscuros.

Nadie ignora que formamos parte de un país racista. Insisto, la diferencia es que ahora se oficializó. Gritamos contra los muros visibles (como el de Trump) y callamos ante los muros invisibles que diariamente levantamos en nuestra calle, en nuestra casa, en nuestro trabajo.

Lo que la encuesta dice es que nos quedamos en el mundo de Sigüenza, y nos hemos convertido en lo más ruin entre la vil canalla.

@hdemauleon
demauleon@hotmail.com

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