En octubre de 2014, el presunto líder de Guerreros Unidos, Sidronio Casarrubias Salgado, fue detenido en el Estado de México. Investigadores federales se apoderaron de su teléfono y encontraron dos mensajes de texto cruciales: “Nos atacaron Los Rojos, nos estamos defendiendo” y “Los hicimos polvo y los echamos al agua, nunca los van a encontrar”.

Los mensajes habían sido enviados por Gildardo López Astudillo, El cabo Gil, a quien varios miembros de Guerreros Unidos señalaban como responsable de dar la orden de ejecutar e incinerar a los normalistas secuestrados en Iguala la noche del 26 de septiembre de 2014.

Relaté en este espacio, el 18 de diciembre del año pasado, que Casarrubias había dicho a los investigadores que El Gil, como jefe de plaza en Iguala, le reportaba diariamente, entre las ocho y las nueve de la mañana, novedades relacionadas con las actividades criminales del grupo. Que sólo a esa hora El Gil encendía su teléfono, y que luego se subía al monte con su ganado. “Cuando baja, cuando hay señal —dijo Sidronio—, me manda texto”.

La noche de la tragedia, según la declaración de Casarrubias, El Gil le había dicho que “iban 17 Rojos en los autobuses”.

—¿Tú que le dijiste? —le preguntó entonces uno de los agentes que lo interrogaron.

De acuerdo con información contenida en el expediente del caso Iguala, Casarrubias le contestó que “el director iba pagado”. Según él, el director de la normal de Ayotzinapa tenía vínculos con Los Rojos.

El Gil y Casarrubias se comunicaron por última vez el 15 de octubre. Elementos de la Agencia de Investigación Criminal intentaron tender una trampa a El Gil, y le enviaron varios mensajes de texto desde el aparato de Sidronio.

Sin embargo, nada volvió a saberse del responsable de la plaza, hasta su detención el 17 de septiembre. Era la pieza que faltaba: el eslabón perdido en la noche de Iguala. Presuntos halcones y sicarios de Guerreros Unidos lo han señalado como el hombre que orquestó la desaparición de los estudiantes: Felipe Rodríguez Salgado, El Cepillo, jefe de sicarios de ese grupo criminal en Iguala, declaró que la instrucción de El Gil fue “dar piso” a los estudiantes, y destruir todo lo que pudiera relacionarlos con ellos (incluidos sus celulares).

El Cepillo confesó haber matado a tiros a varios alumnos y haber “entrevistado” a otros. Así se “enteró”, dijo, que los alumnos habían llegado a Iguala por instrucciones de El Carrete, el líder de Los Rojos, “y que él había pagado dinero al director de la normal para mandar a los estudiantes y a Los Rojos a hacer desmadres en Iguala”.

Luego de ordenar la incineración de los estudiantes, El Cepillo regresó a la casa de El Gil, donde hizo guardia hasta las nueve de la mañana. A las cinco de la tarde, dijo en su confesión, fue a comprar cervezas y refrescos para sus hombres, que seguían quemando los restos de los alumnos en el basurero de Cocula.

Esa tarde El Gil le llamó por teléfono para ordenarle, según dijo, que tiraran los restos al río San Juan. El Cepillo relató que el 28 de septiembre regresó al basurero acompañado por el subdirector de la policía de Cocula, César Nava, para borrar todo rastro que indicara que los estudiantes habían sido masacrados y calcinados.

El jefe de sicarios admitió que ya antes habían utilizado el basurero para desaparecer “paquetes” que pertenecían al grupo de Los Rojos, y reveló que El Gil contaba con el apoyo del presidente municipal de Cocula, y de varios jefes policiacos que le informaban sobre retenes y operativos.

A casi un año de la tragedia, El Gil fue puesto a disposición de las autoridades. Aunque se le dijo que podía reservarse su derecho a declarar, habló durante 12 horas en presencia de un abogado defensor: según la SEIDO, en presencia de ese mismo abogado, declaró que “había recibido buen trato y se había velado por su salud”. Aunque se le atribuye la autoría de una narcomanta en la que se declara que los estudiantes están vivos, López Astudillo confesó ante el ministerio público lo mismo que le achacaba El Cepillo, lo mismo que aseguraban presuntos sicarios como El Pato y El Chereje: que ordenó el “levantón”, la ejecución e incineración de los normalistas, y que ordenó no dejar rastro de ellos, para evitar que fueran reconocidos. Que obró de ese modo para impedir que Los Rojos le tomaran la plaza.

Como autor de esa orden, ¿hasta qué punto podrá agregar piezas faltantes a una historia que lleva un año poblada de huecos? ¿Hasta qué punto responderá la pregunta central: por qué a los alumnos les hicieron lo que les hicieron?

@hdemauleon

demauleon@hotmail.com

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