No se puede decir aún si la partida comenzó horas antes de lo esperado: a unas horas de la salida de Obama, a unas horas del ascenso de Trump –y a unos días de la extraña vuelta de Videgaray al gabinete, convertido en nuevo secretario de Relaciones Exteriores.

No se puede decir aún si lo que ocurrió fue la entrega de una víctima propiciatoria al próximo presidente de los Estados Unidos, como un mecanismo para flexibilizar el discurso que va a dar mañana.

Por el momento los hechos son que, después de ocho meses, el Quinto Tribunal Colegiado en Materia Penal del Primer Circuito, con residencia en la Ciudad de México, informó en sesión pública que había resuelto, por unanimidad de votos, confirmar la extradición de Joaquín Archivaldo Guzmán Loera para que éste sea procesado en cortes federales estadounidenses.

Se va de México Joaquín El Chapo Guzmán y se cierra uno de los capítulos más sangrientos y oscuros de la vida nacional. El Chapo emergió a la luz pública hace 24 años, con el asesinato del cardenal Posadas Ocampo en el aeropuerto de Guadalajara.

Desde aquel momento su nombre se asoció a lo peor de cuanto ocurre en México: la violencia sin límites, la corrupción sin freno. El crimen en contubernio con el poder político.

Durante casi un cuarto de siglo, El Chapo fue una de las figuras centrales del desastre mexicano. Durante el tiempo en que el país ha debido cargar con su sombra ominosa, Guzmán Loera solo provocó podredumbre y muerte.

Las guerras que emprendió en los últimos años dejaron más de 50 mil muertes; en los sitios en que abrió sus frentes de batalla no dejó más que tumbas, agujeros de balas y familias deshechas.

El Chapo es un emblema de nuestro tiempo: la insignia de una era de tinieblas.

Celebro su partida. Ojalá allá lo expriman. Ojalá entregue por fin los nombres de quienes a lo largo de estos años le permitieron construir su imperio de sombras.

Una mínima justicia frente a tanto horror.

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