Un país cuyo gobierno, corrupto hasta la médula, derrama su corrupción hacia la sociedad hasta lograr la metástasis total. Los partidos políticos son corruptos; el poder legislativo, corrupto; el judicial, corrupto; los sindicatos, corruptos; las universidades, corruptas.

No hay una sola institución en el enorme organigrama nacional, público y privado, que no esté maculado por la corrupción. Sus ciudadanos, horrorizados, se percatan de haberse acostumbrado a formas de corrupción veniales pero cotidianas: el pequeño cochupo, la trampita insignificante, una untada de mano aquí, una ilegalidad allá pierden importancia ante la corrupción en grande de los poderosos.

Si desde el ejecutivo hasta el empleado más bajo del escalafón más bajo tranzan; si tranza el juez y tranza el actuario; si tranza el fiscal y tranza el secretario; el proovedor tranza y tranza el contratante; tranza el líder sindical y tranzan sus representados; si tranza el director de tesis y tranza el doctorando, etcétera, es difícil aislarse de la cadena de corrupción, mantenerse con honor al margen del cochupo. No es sólo difícil, sino improductivo. Pobre país donde el propósito de actuar con ética es una forma de harakiri.

Pobre país gobernado por un partido político que se alzó con el triunfo luego de la revolución contra una dictadura apopléjica, pero que no tardó en hacer propios los vicios que antes combatió; un aparato político truculento que empleó la democracia para optimizar los vicios del pasado y reciclarlos como beneficios del presente; que aglutinó a los antidemócratas del antiguo régimen para reprocesarlos como nuevos adalides libertarios; que absorbió a los corruptos de antaño para vestirlos como prohombres de hogaño.

Un pobre país, gobernado por un partido corrupto con mayoría en ambas cámaras, con la mayoría de los gobiernos regionales y urbanos, los sindicatos de una pirámide burocrática descomunal y en perpetua expansión; un partido que manipula las elecciones, que rige las condiciones de corrupción adecuadas para que el crimen organizado funcione con holgura.

Un pobre país en el que toda fuente de poder está cuidadosamente piramidada, y al frente de casi toda institución pública hay un mandamás que vende y compra lealtades, servicios, contratos, poder con la aliada casta de privilegiados que se distribuyen la mayor parte del pastel nacional.

Un pobre país en el que, ante los niveles de descomposición ética, y luego de años de esfuerzo para contenerla y repararla, el gobierno lanza iniciativas para autovigilarse y autocastigarse que, en los hechos, sólo maquillan a la corrupción y, previsiblemente, meten al organigrama una nueva dependencia que, corrupta de entrada, artista de la vista gorda, termina por legitimar la corrupción.

¿Pobre país? Bueno, no tanto. A pesar de que el gobierno procuró que su instrumento anticorrupción se corrompiese, unos pocos procuradores de justicia decentes decidieron obrar de acuerdo con la ética y comenzaron a arrestar secretarios de estado, alcaldes, policías y hasta otros procuradores. Asustado, el gobierno publicó entonces una ordenanza que descriminalizaba los actos de corrupción en los que el daño al erario hubiese sido inferior a un millón de pesos.

La gente enfureció, naturalmente. Colmado el vaso, ahíta la insoportable conciencia de la mentira, comenzó a manifestarse. Poca gente al principio; medio millón en la más reciente. “Yo nunca he participado en una manifestación pero ahora debo hacerlo, pensando en mis hijos”, dijo una señora en Bucarest.

¿Bucarest? Bueno, sí, el pobre país es Rumania. El millón de pesos “perdonable” equivale a los 38 mil euros que nombraba la ordenanza aquella. Es país más corrupto de la Unión Europea y ocupante del escaño 57 en el mundo, según los medidores de corrupción de Transparencia Internacional.

Los más corruptos son Somalia, Corea del Norte, Afganistán, Sudán, Angola, Libia, Iraq y Venezuela. Rumania está en el lugar 58 de 168 países estudiados. México en el lugar 95. Venezuela en el 158.

Los rumanos, a fuerza de protestas, lograron la derogación de la ordenanza: ya no son un pobre país.

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