Solamente dos colombianos han ganado el premio Nobel: Gabriel García Márquez y ahora, el presidente Juan Manuel Santos. El primero inventó el realismo fantástico. Al segundo le ha tocado vivirlo.

Entre el lunes pasado y este viernes, el presidente Santos ha experimentado todas las tonalidades de la paleta de las sensaciones. Desde la enorme frustración por el rechazo popular, por el mínimo margen, a los acuerdos de La Habana, hasta el otorgamiento del Premio Nobel de la Paz.

¿Qué tanto influirá en el ánimo de los colombianos, sobre todo en aquellos que hicieron campaña en contra de los acuerdos, que el Comité Nobel le haya conferido esa distinción a Santos? Los miembros del Comité esperan que su decisión pese, y pese mucho.

Alcanzar la paz en las guerras civiles resulta emocionalmente más complejo que lograrla en conflictos internacionales. Cuando dos países se enfrentan, las negociaciones están definidas por el interés nacional y por un cálculo de pérdidas y ganancias en la posguerra. En el caso de las guerras civiles está presente la necesidad de convivir cotidianamente con quien representó al enemigo. En las calles de una misma ciudad se cruzarán los torturados y sus torturadores, los secuestrados y los secuestradores, el asesino de un familiar y sus deudos. Las cicatrices son más difíciles de sanar.

En España se siguen acordando, en Argentina se vieron las caras en las avenidas de Buenos Aires, en Siria pasarán décadas antes de que el cambio generacional tolere el olvido.

Mirando el resultado de las negociaciones de paz, la apuesta del presidente Santos ha sido similar a la fórmula que aplicó Nelson Mandela en Sudáfrica. Después de 27 años en la cárcel y muchas décadas de aplicarse el régimen del apartheid, Mandela tuvo la estatura de miras para reconocer que si su mandato se limitaba a invertir los papeles entre la segregación de los negros a una nueva segregación, ahora de los blancos, Sudáfrica jamás alcanzaría la concordia.

Santos fungió como ministro de la Defensa bajo el gobierno de Álvaro Uribe. Conoció de primera mano, fue parte de esa guerra fraticida que ha durado más de medio siglo. Con ese conocimiento y en una diferencia muy marcada con su antecesor, apostó por una paz negociada.

Para restablecer relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba, el presidente Barack Obama le dijo a su pueblo que si el embargo y la hostilidad no habían logrado cambiar un ápice las condiciones en la isla durante más de 50 años, prolongar esa política no aseguraría más que otros 50 años de lo mismo. Era hora de probar algo distinto.

De manera análoga lo entendió Juan Manuel Santos en Colombia. Su objetivo central ha sido el de liberar del sufrimiento y la inseguridad a su pueblo. La moneda de cambio, nada fácil de entregar, era la exoneración de los guerrilleros y darles entrada al sistema político. Tampoco debió ser fácil para Mandela perdonar a los boers y a los supremacistas blancos por sus atrocidades. Con el otorgamiento del Premio Nobel de la Paz al principal impulsor de la vía negociada, podemos confiar en que la Sudáfrica de ayer será la Colombia de un mañana muy próximo. La cuna del realismo fantástico está por dar a luz una nueva cría.

Internacionalista

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