¿Qué pasa cuando una mujer se casa con un manipulador, un tipo adicto al trabajo que cree que lo más importante es el dinero? En la novela Helena, de Paulina Vieitez, publicada por Random House en Suma, en marzo de 2017, en México, hay varias respuestas flotantes y una fundamental. Con claridad extrema, la autora desarrolla una historia que salta de una mujer real a una imaginaria y viceversa, siguiendo la línea de autodeterminación tan necesaria y presente en muchas mujeres de nuestro tiempo. Una mujer es un ser único e irrepetible, casi grita Paulina, como para que hombres y mujeres, hijos y amistades y, desde luego los esposos, no lo olviden, y si no lo sabían, lo aprendan.

La joven Helena es fan de Helena de Troya, famosa por su belleza y su decisión de vivir un amor extremo en lugar de uno tradicional, lleno de reglas y sometimientos. Como todos saben, no sólo cambió de domicilio sino de compañero: Paris por Menelao. Troya en vez de Esparta. La Helena adulta sigue admirando a la troyana y le encanta el origen de la H en su nombre. Desde luego, tiene una abuela griega y un amor inmenso por la cultura helénica. Se casa con Lucio, procrean dos hijos y una hija; él le da todas las comodidades pero la trata como si valiera menos que nada. Jamás la valora. Es un objeto decorativo. Helena percibe cómo su matrimonio se derrumba y decide salvarse, ¿cómo? Aplica para estudiar un doctorado en la Complutense de Madrid y es aceptada. Habla con sus hijos e hija, con Lucio, que no está de acuerdo, acomoda su ropa en un hermoso baúl antiguo que será su maleta y emprende el viaje con escala en Nueva York. Cuando llega a la residencia de estudiantes de Madrid, en el campus de la universidad, advierte que el baúl se parece mucho al suyo pero no es. Imposible abrirlo, sin duda alguien se llevó el suyo.

Si usted piensa que eso de tomar maletas equivocadas es un recurso bastante manido, tiene razón. También lo pensé. Pero un buen lector sabe de compases de espera, y poco a poco esa aparente pifia narrativa nos conduce por caminos misteriosos e interesantes. Para empezar, cada uno de los depositarios son personajes que están viviendo situaciones significativas en sus vidas; Marc, un traficante de piezas arqueológicas, abandonado por su mujer después de la muerte de su hijo pequeño, vive en Nueva York; Helena, que apenas ha conseguido despegarse de un marido controlador, preocupada por sus retoños y con ardientes deseos de superarse, está en Madrid. Consiguen comunicarse por email y luego por teléfono. En ambos nace una ilusión y el deseo de conocerse se enriquece. Marc, que debe entregar unas valiosas piezas guardadas en su baúl en Londres, compra sus boletos para viajar a Madrid y hacer el cambio, pero se presenta un fuerte imprevisto que lo obliga a cancelar el viaje. Helena, al ver que no aparece, deja de confiar en él, luego asiste a una fiesta universitaria donde conoce a Ramón, un apasionado joven que intenta seducirla.

Con un estilo sobrio, Paulina Vieitez mueve su personaje, una mujer que trata de justificar cada momento de su vida, pero que en este momento está dispuesta a hacer ver a Lucio y a sus hijos que a pesar de que no la lleva fácil, no se doblegará y superará los numerosos obstáculos que se le presenten. “La vida es una mezcla de destino, carácter y azar,” dice la autora, y no le falta razón. Helena lo entiende y decide plantarse, reconoce, “lo mucho que me he acostumbrado a mentir, a disfrazarme,” y emprende la difícil tarea de ser ella misma, y descubre que el doctorado es un proyecto que lo debe sacar sin llanto ni sentimentalismos mediatizantes. Se nota cómo no se deja atrapar por la incertidumbre y a pesar de todas las circunstancias adversas se mantiene con la frente en alto.

Hay dos clases de Helenas: las que tienen H y las que no. A las que llevan la H de la troyana nunca les dirán Elenitas. Hay una marca de pundonor en su semántica que Vieitez trabaja a la perfección y le dedica espacio suficiente. Como que están predestinadas. Da gusto que una primera novela tenga tan buen nivel y cumpla los requisitos para llenarnos el corazón de cariño y fraternidad por una mujer que supo apostar a todo o nada. Aparte de las revelaciones necesarias al final de la novela, hay dos partes que Paulina desliza como una canción de ritmo suave y como una crestomatía. Ya me contarán que les pareció, sobre todo aquellas “que sufren la violencia de sus maridos”, esos descastados.

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