Las tragedias en México se acumulan. La más reciente que acapara la atención de medios de comunicación es el motín en el penal de Topo Chico, donde murieron cerca de 50 personas.

En muy buena entrevista para W Radio, un ex interno del lugar narró lo que ahí sucede: tráfico de personas, estupefacientes, violación de derechos humanos. Al ingresar, los mantienen debajo de la cama, vendados, amarrados, en sus propios orines y heces, sin comer, recibiendo golpes durante una semana. Los familiares entregan dinero a custodios e internos para pagar cuota de seguridad. Ciertos grupos mandan. Los líderes de cada piso, con sus guardias, se congregan. Adentro se consigue de todo: celulares, drogas, “puntas”, televisores. En la tienda se venden jeringas, marihuana, pastillas, mujeres. Para esto último, interactúan en el cine o en la iglesia. Avisan a los custodios que se encargan de los encuentros sexuales en la enfermería, los talleres, o las celdas de observación. Pero “adentro no todos son malos, así como hay malos hay buenos”, comentó el hombre que vivió durante un año, un mes y 19 días en esa cárcel.

Es la anarquía, el dolor de un lugar reflejo del país entero.

Es el reflejo de la gran fosa clandestina en la que se ha convertido la República mexicana. De nuestra clase política coludida. De “las fuerzas de seguridad” que entregan a jóvenes al crimen organizado. De los grandes negocios: la droga y la explotación sexual.

No son hechos aislados. Es un modus operandi nacional.

La línea entre delincuentes, empresarios, militares, policías, políticos se diluye en la complicidad. No queda claro quién es quién.

La frase “aquí no tenemos tanto crimen porque sólo se concentra en algunos lugares”, es el antídoto de los gobernantes ineptos.

La otra justificación, la sentencia de “se matan entre ellos, son delincuentes”, es el dedo flamígero de la impunidad e injusticia.

La combinación de las dos es lo que hemos escuchado, por lo menos con mayor frecuencia, desde hace diez años en los que el país se hunde día a día en el pantano del crimen organizado.

Ni “la guerra publicitada” de Calderón, ni “la guerra de bajo perfil” de Peña han dado resultado.

Y las reformas que nos llevarían a un mejor lugar se colapsan en la ineptitud y/o las corruptelas de los servidores públicos.

RAZONES Y PASIONES: Hablando de infiernos en la tierra, ¿cuál es la responsabilidad del gobierno federal y local en el desastre de Veracruz? ¿Así como Enrique Peña Nieto le dio el consulado de Barcelona a Fidel Herrera, ahora que salga Javier Duarte le ofrecerá el de San Francisco? Digo, para protegerlo más, no vaya a ser que prospere el juicio político en su contra.

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