Y no me refiero a la fuga de El Chapo, sino a que hayamos pasado una semana viendo consternados cómo los principales encargados de la seguridad del país engrandecían el mito de un delincuente. Cuando Enrique Peña Nieto decidió encargarles las labores de búsqueda y el discurso explicatorio sobre la evasión a quienes justamente tenían la responsabilidad de evitar que el criminal más peligroso de México se escapara, nos condenó a ser testigos de penosos episodios de autoexculpación.

¿Quién sino los que tenían el encargo de evitar que El Chapo Guzmán se fugara podían tan complacientemente explicarnos que la fuga era inimaginable, espectacular, indetectable? ¿Quién sino ellos se habrían atrevido a salir a decirnos que todos los protocolos, internacionalmente validados, se habían cumplido escrupulosamente?

Puras explicaciones interesadas. Y es que si no le colgaban todos esos adjetivos a la fuga los mismos funcionarios hubieran tenido que aceptar que las medidas de seguridad del penal de alta seguridad no habían funcionado, que hay falta de personal, y de personal motivado, que la cárcel ha envejecido, que nadie se encarga de lo que ocurre en el perímetro más allá de unos cuantos metros, que la inteligencia falló y que es indiscutible que para escaparse El Chapo contó con la ayuda de un numero de funcionarios aún por determinar.

La practica política, internacionalmente establecida, de pedir y ofrecer la renuncia cuando un fallo de cierta magnitud se da en el área de responsabilidad de un funcionario tiene una lógica indiscutible. No sólo el encargado del área, en este caso Osorio Chong, sirve como fusil, es decir quita presión sobre el presidente al asumirse como directamente responsable, sino que además le abre a su jefe la posibilidad de nombrar a alguien sin relación con el evento que propició la crisis como encargado de enfrentar el entuerto y hacerlo desde una posición no comprometida.

La explicación que dieron estos días Osorio Chong y Monte Alejandro Rubido de que las crisis no son para renunciar (se entiende que cobardemente), sino para enfrentarlas, puede ser su racionalización de por qué se quedaron, pero no explica por qué el Presidente no les pidió que se fueran.

A estas alturas ya sabemos que el presidente no despide (literalmente) ni en defensa propia; en este caso, el resultado de su muy personal forma de gobernar resultó en: una narrativa penosa y derrotista, vimos al responsable de la seguridad del país, Osorio Chong, azorado frente a la proeza de un criminal y más ansioso de enseñar a todos el lugar de la hazaña que de dedicar su tiempo a la organización de una persecución eficaz y de comunicar la determinación del gobierno para lograrlo. (No deja de ser triste que hayan sido las declaraciones del subdirector de la DEA, el jueves pasado, las primeras que ubicaron nuevamente al Chapo en su condición de criminal prófugo y no de mago de las evasiones)

No es la primera vez que este gobierno se pasma ante una crisis. Una semana se tardó el presidente en salir a lamentar la tragedia de Iguala, entonces creyó en las versiones del gobernador Ángel Aguirre y en quienes lo desinformaron sobre lo ocurrido esa noche. Entonces tampoco nadie cayó. Tampoco es la primera vez que decide que no hace falta su presencia: tampoco regresó de China cuando se dio a conocer que la casa de su mujer estaba a nombre de un contratista del gobierno.

El viernes reapareció el presidente y transmitió determinación, pero ya es muy tarde. Cinco días de retraso en los que se encumbró a un delincuente y se minó, aún más, la confianza que podía despertar su gobierno.

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