Es natural que se diga que quienes trabajan hoy en la Casa Blanca son neoyorquinos, pues algunos lo son. Pero eso no significa que verdaderamente representen el espíritu de esa gran ciudad, en la que las manifestaciones contra el principal habitante de esa casa en Washington han sido ruidosas, exaltadas, llenas de un fervor político que, en mi opinión, representa mucho mejor a Nueva York. Es como si dijéramos que el hecho de que Felipe Calderón es de Michoacán le dio un sesgo regional a su gestión presidencial; no, de ninguna manera. Lázaro Cárdenas también era michoacano y no puedo pensar en políticos mexicanos más diferentes que esos dos, nacidos en el mismo estado. Hay políticos buenos y otros… como Calderón: desastrosos.

¿Qué tienen que ver los gángsters de la actual Casa Blanca con lo que sucede en Lincoln Center, Carnegie Hall, Greenwich Village, los Claustros, Harlem, las universidades, la Biblioteca Pública de la calle 42, los grandes museos, las hermosas librerías, el Parque Central, las películas de Woody Allen, los programas de televisión críticos y divertidísimos, como el de Stephen Colbert? Dudo que el señor que manda en los Estados Unidos se haya asomado alguna vez a la librería Strand, en la esquina de la calle 12 y Broadway, por ejemplo. Si alguna vez fue allí, sería para ver si se vendía su libro sobre cómo hacer negocios. Está documentado que es un ignorante descomunal, un bruto con un nivel deplorable de alfabetización.

Los gángsters de la Casa Blanca sí representan, empero, una porción grande del sur de Manhattan, con sus operaciones financieras y su calle principalísima: Wall Street. Pero mal haríamos en identificar Nueva York con esa calle y esos valores, o mejor dicho, contravalores. La ciudad fue (ya no lo es) la capital del siglo XX, como París lo fue del siglo antepasado; ahora, en el siglo XXI, ese título le corresponde probablemente a Berlín.

No, Nueva York no está en la Casa Blanca. Está en las calles donde se alienta la resistencia civil y la crítica. Está en las obras de teatro y en los musicales, como Hamilton, cuyos participantes le reclamaron al vicepresidente actual la terrible política del gobierno. Está en los acervos de la Biblioteca Pública, verdadera Meca de los lectores del mundo. Está en las vibrantes calle de Harlem, en los jardines donde estudian los alumnos de la universidad de Columbia, en la arquitectura ecléctica de los edificios formidables. Está en lo que queda de la isla Ellis, donde se hizo realidad el mensaje del soneto de Emma Lazarus que puede leerse al pie de la Estatua de la Libertad: los Estados Unidos reciben con los brazos abiertos a los inmigrantes.

El gentilicio de la gran ciudad es newyorker. Nunca he pensado en los tiburones de la especulación inmobiliario cuando lo escucho o lo leo. Pienso en la magnífica revista The Newyorker y en los poetas, músicos y novelistas de Manhattan.

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