En Las mutaciones, la novela de Jorge Comensal (México, 1987), los personajes viven inmersos en un cúmulo aturdidor de pequeños y grandes problemas. El abogado Ramón Martínez padece cáncer en la boca y terminará sufriendo una glosectomía, es decir, una extracción quirúrgica de la lengua, intervención que por supuesto significa un cataclismo en su vida. El joven Eduardo, consumado hipocondriaco y sobreviviente de leucemia infantil, va asiduamente a terapia psicoanalítica con la doctora Teresa de la Vega, mujer complicada y brillante. Los otros personajes experimentan complicaciones de todos tamaños.

Alrededor del abogado y la doctora se despliega un elenco de personajes curiosos, simpáticos, irritantes. Uno de ellos ha sido presentado con toda contundencia en la portada de la novela: el loro de Ramón Martínez, quien lo ha bautizado con el benemérito nombre de Benito. Creo haber escuchado o leído por ahí que este animal doméstico de la reciente literatura mexicana es un pariente lejano, o no tan lejano, del “loro de Flaubert”, el del cuento “Un corazón sencillo”, formidable presencia en la vida de una mujer devota. Puede ser. Los editores de Antílope lo pusieron en la portada, trabajo del muy talentoso Alejandro Magallanes.

Sin olvidar en ningún momento las vueltas y revueltas de la trama, lo que me interesa poner aquí de resalto es la escritura de Jorge Comensal, o dicho a la antigüita: el brillo de su estilo. Hecho de ironía y reticencia, un vocabulario de una gran exactitud, una capacidad para utilizar eficazmente los adjetivos, entre muchas otras cosas, el estilo de Comensal no es únicamente una forma peculiar de disponer una palabra detrás de la otra, en la secuencia textual de la narración; es mucho más que eso: una visión meditada del lenguaje, una postura ante los poderes de la expresión escrita, atemperada por las dosis precisas de confianza y de desconfianza en las virtudes de la “comunicación”.

Me parece muy bien que los críticos celebren el ingenio de Jorge Comensal. Me parece magnífico que este escritor esté allegándose lectores. Me uno a todo ello, y declaro abiertamente mi admiración por la calidad excepcional de la escritura de Comensal.

Hay posibilidades ciertas, en su escritura narrativa, para sospechar en él una capacidad notable para escribir espléndidos ensayos. O para la poesía. O, lo diré de una buena vez, para hacer lo que quiera. Jorge Comensal parece tener a su disposición una cantidad enorme de recursos, entre los que figura una información amplia y seria; en esta novela, por ejemplo, la forma de presentar multitud de pormenores médicos resulta digna de elogio: en un tono mesurado, sin alardes, pero con una seguridad que solamente puede provenir de un conocimiento muy grande de aquello sobre lo que se escribe.

Felicidades a los editores de Antílope por este libro extraordinario. Jorge Comensal es un escritor de primera línea.

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