Fue Eric Hobsbawm, en su Historia del siglo XX, quien fechó el cierre de la centuria pasada en 1991, cuando ocurrió la caída de la Unión Soviética. Dando por bueno ese extremo —el otro, el del inicio del siglo anterior fue, según el historiador de la New School, el arranque de la primera Gran Guerra en 1914—, a Cuba el siglo XX se le alargó hasta bien entrado el XXI, a este 2016, cuando el presidente Obama visitó la isla como señal definitiva del adiós a la Guerra Fría en América Latina y el Caribe y, ahora, en el mismo año, con la muerte del último ícono revolucionario mundial, Fidel Castro.

Ya sin persecución a las empresas que comercian con ella como se hizo durante los largos años del bloqueo norteamericano al país caribeño, sin el manto protector de Moscú e incluso ya sin el apoyo de la renta petrolera venezolana, sin la figura emblemática del comandante que bajó de Sierra Maestra con sus barbudos para rescatar la soberanía nacional, Cuba amanece de forma tardía y abrupta en pleno siglo XXI.

Se ha ido Fidel pero no el régimen castrista, como lo evidencia que quien esté a cargo de los destinos del país sea Raúl, su hermano. Aún está por definirse si hay transición o no en la isla y hacia dónde tanto en materia económica como política.

Los logros sociales de la Revolución Cubana, aunque mermados, perduran. El más reciente Informe de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas muestra que la esperanza de vida al nacer en el país caribeño (79.4 años) es superior a las de Argentina (76.3), Brasil (74.5) y México (76.8). Este indicador resume la calidad de la salud de la población, y Cuba evidencia sus progresos en este campo vital frente a América Latina. También en educación, con una escolaridad promedio de 11.5 años, que es más alta que la de Argentina (9.8), Brasil (7.7) y México (8.5). Sin embargo, el ingreso per cápita en Cuba (7,301 dólares al año) es más bajo que en Argentina (22,050), Brasil (15,175) y México (16,056).

Con todo, Cuba obtiene una posición más elevada en el Índice de Desarrollo Humano (IDH) global que México y Brasil, y se mantiene dentro de la clasificación de países con IDH alto en el mundo.

A pesar de esos indicadores del bienestar, en materia política y de ejercicio de libertades individuales Cuba se ha mantenido en una situación extraordinaria de rezago frente al grueso de los países de América Latina. La libertad de prensa, los derechos de libre asociación, el respeto a las minorías —homosexuales incluidos— están en una situación más similar a la que guardaron durante la larga noche de las dictaduras de los 70 y 80 en el Cono Sur que con la que tienen en las frágiles democracias de la región hoy en día.

Y es que, en efecto, los ciudadanos de Cuba todavía no prueban el ejercicio de la democracia —que pasa, en primer lugar, por elegir a los gobernantes y representantes entre un conjunto de alternativas reales a través del voto secreto, en un medioambiente de discusión donde el disenso surge y se expresa sin cortapisas—, cuando en el resto del subcontinente lo que se extiende es el malestar en la democracia y, en no pocas ocasiones, con la democracia.

Así que mientras Cuba goza de mejor salud y educación que el resto de América Latina, carece de las libertades y de los derechos políticos que mal que bien se ejercen y reproducen en prácticamente todos los demás países de la región. Lo que no debería ser una disyuntiva entre igualdad social y libertad, en los hechos se ha prolongado durante décadas en la isla.

En los círculos de la izquierda latinoamericana no es poco frecuente encontrar voces que menosprecian la ausencia de un régimen democrático en Cuba subrayando sus conquistas sociales, al tiempo que demeritan o de plano niegan el avance democrático en los demás países porque no han abatido la mortalidad infantil o el analfabetismo como Cuba. Como si la restricción de libertades fuera condición para mejorar la salud o la educación o como si la democracia y los derechos políticos no fueran un fin en sí mismos, incluso en sociedades con altos niveles de pobreza y desigualdad como la nuestra.

Así como la América Latina que no padece regímenes autoritarios debe colocar en el centro de su agenda política y económica la inclusión social incluso como condición para la reproducción de la democracia, la igualitaria Cuba tiene pendiente la asignatura de los derechos políticos para que sus significativos logros sociales puedan ser ejercidos en libertad. Combinar y hacer coexistir igualdad y libertad es el gran desafío para la Cuba del siglo XXI, pero también lo es para toda América Latina.

Economista. Consejero del Instituto Nacional Electoral

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