El pasado 27 de diciembre de 2016 algunos amigos encadenaron a mi cuenta de WhatsApp el siguiente mensaje: “Amigos y familiares! Todos nos hemos dado cuenta del poder que tienen las redes sociales y la facilidad con la que podemos difundir un mensaje! Hagamos viral lo que nos beneficia a todos y no sólo lo que nos provoque un momento de risa! Como todos saben el próximo 1 de Enero (SIC) la gasolina tendrá nuevamente un incremento. Por ello los invito a PARALIZAR 3 DIAS la compra de gasolina, podemos llenar nuestros tanques durante esta semana 26–31 de Diciembre y dejemos de cargar los tres primeros días de Enero! Hagamos una gran cadena con los amigos y familiares… Las estaciones de gasolina estarán saturadas y no habrá casi gasolina unos por vender y otros por esconderla para darla esa misma más cara apartir (SIC) de las 00:00hrs del día 1ro de Enero de 2017. Hagamos una Revolución Pacífica sin disparar un solo tiró (SIC), frente a un gobierno mentiroso y y (SIC) traidor, la unión hace la fuerza somos más las ciudadanos que el gobierno !!! (SIC) Les ganaremos la guerra en tres días!!! (SIC) Será un éxito si nos unimos!!!(SIC) Demostraremos que así como somos (SIC) para difundir burlas, memes etc. también estamos en situaciones cómo (SIC) estás (SIC)!! (SIC) COMPARTAN, COPIEN Y PEGUEN EN SUS MUROS, DIFUNDAN ESTE MENSAJE POR WHATSAPP!!”.

Supongo que el mensaje de marras lo recibieron miles y miles de personas. Alguna utilidad, acaso indeseada, habrá tenido y al prejuicio causado a la población por el aumento en el precio de la gasolina, se habrá sumado el estrago sufrido por esas mismas personas, invitadas a derrocar al mal gobierno desde su teléfono, pero agraviadas por el vandalismo impune que ha estado cerrando gasolineras y casetas de cobro durante estos primeros días del año. Ni siquiera cuando se trata de una causa que a todos nos afecta, como el citado y severo incremento, los llamados movimientos sociales, defensores habituales de suntuosas y criminales castas sindicales, se abstienen de lastimar al ciudadano de a pie o a ese “burgués” por antonomasia que para nuestros aristócratas de la revolución permanente somos los automovilistas.

Pero mi punto es otro. Una vez superada mi inocente aunque breve indignación de ver invadido mi WhatsApp donde chismorreo, como usted, con mis amistades, por ese astroso mensaje, me tomé la molestia de preguntarles, capcioso, a mis amigos, por qué estaban en contra del aumento de la gasolina. ¿Habían estudiado el entorno internacional cruzando la devaluación del peso provocada por el llamado efecto Trump con el precio internacional del petróleo? ¿Saben si México, exportador de petróleo, importa o no gasolinas? ¿Ignoran cómo funcionan los subsidios en nuestro país? Etcétera.

Como era previsible casi nadie contestó a mi pregunta. Alguien me tildó cariñosamente de “pinche reaccionario” y otra persona me dijo que la indignación era obvia, pues se trataba de un atentado contra la economía popular. Debo aclarar que la inmensa mayoría de mis amigos son escritores que hablan varias lenguas y publican sus libros en Nueva York, Madrid o París. Conocen medio mundo. Han fatigado, diría Borges, bibliotecas enteras. Otros son egresados de las más linajudas y caras universidades de Estados Unidos y Europa. Es decir, son, como lo soy yo, intelectuales: personas en mi opinión obligadas, más que los carniceros, las empleadas domésticas o los transportistas, a informarse antes de dejar correr consignas, por más obvias que les parezcan o por más enfático que sea el titular del periódico leído por la mayoría de ellos. No les pido que se enfanguen, como yo lo he hecho sin mayor provecho, leyendo a Keynes, Hayek o Schumpeter. Pero bueno sería verlos tomándose la molestia, letrados al fin y en principio, de leer un poco antes de indignarse. ¿Qué autoridad tenemos para insultar al gobierno y apostrofar al pueblo si como clase intelectual no cumplimos con razonar con conocimiento de causa nuestros decires, la primera y la más elemental de nuestras obligaciones? También nosotros somos impresentables.

Tratando de emular al proverbial juez que por su casa empieza, me di a la tarea de leer lo que pude sobre las razones y la sinrazones del aumento a las gasolinas. Leyendo a esos alquimistas modernos que se presentan como economistas, me parecieron más convincentes quienes respaldan el aumento contra quienes lo repudian. Pero el problema en México no es ése, tampoco. Sin duda, ni en las sociedades mejor avenidas con sus gobiernos, si todavía las hay en el planeta, causan alborozo los incrementos de precios. Pero el mascarón de proa de este gobierno es el prófugo Javier Duarte, como lo dijo Silva–Herzog Márquez. Quienes lo dejaron robar hasta que se atragantó, por decir lo menos, no pueden esperar ser aplaudidos por sus quizá pertinentes medidas económicas.

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