Es raro que la tragedia histórica evolucione, en literatura, hacia el humor. Sonreír, en el reino de la memoria, parece ser un camino hacia el olvido, una de las faltas imperdonables para una filosofía moral, la del siglo XXI, sustentada en los derechos humanos. Mariana Eva Pérez (Buenos Aires, 1977), hija de desaparecidos políticos durante la dictadura y acogida desde entonces por una abuela no en balde llamada Argentina, convirtió su blog en una novela titulada Diario de una princesa montonera -110% verdad- (Capital intelectual, Buenos Aires, 2012).

El libro es fresco, irreverente, a veces irrespetuoso con lo que significa ser “hiji” de desaparecidos, grave asunto que, así como los militares genocidas lo llamaban “el Proceso”, Pérez lo llama, tiernamente, el “temita”, pesada carga sobre las espaldas de jóvenes que están cumpliendo 40 años y algunos de los cuales sólo recuperaron su verdadera identidad en los últimos años, habida cuenta el número de bebés secuestrados en el cadalso. Pero el Diario de una princesa montonera -110 % verdad- no es la obra, si ello ha de resultar tranquilizador para alguien, de una renegada de la causa. Lejos está Pérez de compartir la teoría de los dos demonios de Ernesto Sabato, donde habría ganado el duelo el más poderoso de los terrorismos en liza, el del Estado. Ni habría suscrito, especulo, la admonición cristiana que el filósofo Óscar del Barco le dirigió al poeta Juan Gelman, instándolo, una vez cumplido el heroísmo de recuperar a su nieta, a pedir perdón por sus propios crímenes, como militante montonero y por los que pudieran haber cometido sus hijos desaparecidos, guerrilleros en adiestramiento militar e ideológico.

Inocente o maliciosa, Pérez, gente de teatro y ella misma estudiando, en Constanza, la narrativa del terror y la desaparición nunca se cuestiona —y puede reprochársele como teórica eventual pero no como novelista— la justicia de la causa que arrojó a su padres a la guerrilla terrorista, ya fuese montonera, como en su caso o la de los militantes trotskistas del ERP/PRT, durante aquellos abominables años 70. Como novelista, ella asume una herencia y practica la ficción que, desde luego, no equivale a mentir. Es suya la famosa “verdad de las mentiras” predicada por Vargas Llosa, lo que nos permite entrar en un mundo que los Kirchner institucionalizaron y sacralizaron al grado de que uno de los personajes de Pérez se queja de que ya no se podía organizar ningún acto sobre los “compañerosdetenidosdesaparecidosyasesinados”, pues bastaba con convocarlo para que el régimen (sea lo que sea lo que se entienda por ello, el único gobierno de izquierda que ha tenido la Argentina), lo expropiase en su beneficio.

La princesa montonera lloró la muerte de Néstor Kirchner, aunque se cuida de interrumpir en ese punto su novela, acaso desilusionada de lo que vino después, en el régimen de su viuda. Pero tiene todo su cariño para quien despoja, el expresidente, a la marina de la Escuela Mecánica de la Armada, el potro de la dictadura y convierte a la Argentina en la “Disneylandia de los derechos del hombre”, según escribe Pérez en una de sus calculadas ironías, aquellas que la presentan y la confirman como una verdadera escritora.

“Militonta” se autocalifica Pérez en una novela heredera de la estructura de su forma anterior, el blog, armada con enlaces visuales y escriturales, recurriendo a veces más que a la poesía a la milonga, al diálogo típico del guión y no de la narrativa tradicional, con fotos y testimonios que remiten a la vida trunca de sus padres y con mucha frecuencia no a los recuerdos, sino a los sueños.

Diario de una princesa montonera –110% verdad– es la bitácora, escrita desde la distancia académica en Europa elegida por la autora, de la educación sentimental ya no de los militantes revolucionarios sino de sus hijos, “temita”, para decirlo con Pérez que ha gozado, como debe ser, de mucho predicamento en la Argentina actual, lo mismo en el cine que en la literatura.

La heterodoxia (o la actualidad) del texto no le quita un ápice como novela a través de la cual asistimos a la solemnidad pedestre de los actos políticos, a la estupidez adictiva de las consignas, a la vida sexual de los jóvenes “hijis” tras bambalinas, con mucha mariguana y no poca coquetería, pues la princesa montonera, cuando le toca dar testimonio en las causas acusatorias contra torturadores de militantes y secuestradores de infantes, va, damita bonaerense al fin, por lo mejor de su guardarropa o vitrinea a la caza de lo más adecuado para la ocasión. No falta tampoco la obvia solidaridad entre los hermanos de causa ni el odio, no tanto contra los militares, sino contra aquellos ciudadanos que descargan su conciencia a medias, dientes para afuera, dando información confusa o embustera.

La novela no es frívola, insisto. Es otra cosa. Es humano, demasiada humana, el Diario de una princesa montonera –110% verdad–, al grado que la escena capital de la novela, cuando la protagonista ha de reconocer el cadáver momificado de su propia madre, hallado al fin por los eficaces equipos argentinos de antropología forense, lo hace sin que le tiemble la mano a la escritora, incrustándolo como uno más de los fragmentos del libro: “La sientan en la camilla. Le digo a Jota: Es hermosa. La toco, con la familiaridad con la que algunos viejos tocan o besan a los muertos. La doctora me hace notar la ropa que tiene puesta (…) Muy trendy”.

Durante siglo y medio los latinoamericanos, desde el Facundo, de Sarmiento, pasando por los Azuela y los Guzmán, hasta la saga de los años 70, nos hemos enorgullecido de nuestra literatura guerrera y patibularia para no hablar de la actual narco literatura. Una escritora como la argentina Mariana Eva Pérez, con el Diario de una princesa montonera –110% verdad– nos muestra, al fin, otro camino.

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses