En medio de los meses de mayor rabia social por los escándalos de corrupción, el presidente de México restó gravedad al asunto al declarar que en el país la corrupción es un asunto cultural, del que todo mundo participa y todo mundo se beneficia.

Palabras más, palabras menos, sugirió que la corrupción generaba beneficios sociales: el ama de casa que sabe que con una lanita el camión de la basura sí pasa por su casa, el oficinista que por una propina al policía puede estacionar su automóvil donde está prohibido, etcétera.

Es cierto que México ha convivido históricamente con la corrupción. Los caricaturistas posrevolucionarios fueron especialmente divertidos al denunciarla e incluso se recuerda que el entonces primer mandatario Adolfo López Mateos dijo hace seis décadas: todos los mexicanos tenemos la mano metida en el bolsillo de otro ¡y ay de aquél que rompa la cadena!

Quizá todavía una inmensa mayoría de la sociedad está cómoda con el status quo. Sin embargo, un creciente y cada vez más importante pedazo de sociedad ha escalado al segundo piso de la democracia.

Antes preocupaba que durante las elecciones todos los votos contaran, que efectivamente todas las boletas marcadas fueran contabilizadas y correspondieran a un elector cada una. Las urnas embarazadas, el ratón loco, la operación tamal están casi extintos. Mas ahora, la sociedad está interesada en saber quién paga las campañas.

Antes sólo importaba que las obras de infraestructura realmente se hicieran. Porque eran frecuentes los casos en que se etiquetaba dinero en el presupuesto para un puente o carretera, ese dinero se gastaba, pero jamás había puente, jamás había carretera. Aunque siguen existiendo, ese tipo de casos son contados. Ahora tenemos bastante certeza de que si se presupuesta, se construirán la carretera y el puente, pero ahora queremos conocer a quién se otorgan los contratos de la obra y sobre todo, a cambio de qué.

Por años no importó que los gobernantes robaran, si sabían repartir. Que roben, pero que salpiquen, se justificaba en el argot. Lo de hoy, lo del segundo piso de la democracia, es exigir la declaración patrimonial, la de pago de impuestos y la de conflictos de interés.

Es cierto que la sofisticación de las exigencias demuestra una medida de progreso. Pero también delinea que si no se atiende, vendrán la insatisfacción y el estancamiento.

Algunos poderosos, cómodos con la planta baja y más bien coqueteando con el sótano, desdeñarán que al segundo piso sólo han llegado burgueses ilustrados de zonas urbanas del país, una especie de opinión pública, publicada e influyente, sociedad civil organizada que se asume muy informada. Olvidarán que de este sector surgen las revoluciones. Y que en el siglo XXI las ideas y el conocimiento llegan más lejos, más rápido y a más sectores.

Se equivocarán los que se resistan.

SACIAMORBOS. Este es uno de los aspectos que expuse en el Foro “Hablemos de corrupción. El abordaje ciudadano”, organizado por el Banco Mundial, el BID, USAid, la embajada británica, el Imco y Transparencia Mexicana. Agradezco me hayan considerado.

historiasreportero@gmail.com

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