Cuando un gobierno tiene legitimidad frente a sus ciudadanos, puede tomar medidas drásticas como subir de golpe 20% la gasolina.

El problema del presidente Enrique Peña Nieto es que no tiene esa legitimidad. Aún peor: cuando se trata de asuntos de dinero, está deslegitimado.

“¿Qué hubieran hecho ustedes?”, preguntó el primer mandatario en su mensaje con motivo del Año Nuevo, que tuvo que adelantar ante la indignación ciudadana, las protestas, los bloqueos, los saqueos, la violencia que se desató por el gasolinazo.

Seguramente a más de un mexicano le vinieron de golpe cuatro o cinco contestaciones.

Porque es cierto que usar el presupuesto para mantener bajos los precios de la gasolina termina subsidiando más directamente a los ricos. Y también es cierto que todos los especialistas llevan años pidiendo que se elimine ese subsidio tan caro y mal dirigido.

Pero en esta nueva medida dura, el gobierno ha vuelto a exhibir el pésimo pulso que tiene de la reacción de sus gobernados y ha radiografiado otra vez su desconexión con el sentimiento popular. Sucedió por Ayotzinapa, por la Casa Blanca, por la CNTE, por Trump y ahora por el gasolinazo.

Si el gobierno estaba resuelto a impulsar una política pública tan impopular como esta, pudo haber acompañado el anuncio con medidas que matizaran la percepción ciudadana de que el régimen no hace más que abusar de sus gobernados y cobrarles más para quedarse con todo.

Me vienen a la mente tres cosas que pudieron acompañar al gasolinazo:

Primero, un programa para mantener subsidiado el combustible para el transporte público y de productos básicos, y al pequeño transportista; que encareciera la gasolina para los ricos pero no implicara que los menos favorecidos tuvieran que gastar más en su día a día por los efectos indirectos. Si consideramos que para todas estas tareas de transporte el gobierno otorga permisos, existe un padrón administrable que pudiera servir para distribuir gasolina menos cara.

Segundo, una iniciativa de ley para que quedaran prohibidos los bonos a diputados, senadores y en general funcionarios públicos. Una de las cosas que más irritó a la gente fue que mientras a todos nos subían la gasolina, a los políticos les regalaban cientos de miles de pesos para despedir el año.

Tercero, un decreto para que a partir de este 2017 no hubiera vales de gasolina para el gobierno. O todos coludos o todos rabones.

No es que me anime a hacer propuestas concretas. Son solamente tres brochazos que llevan como fondo un denominador común: un gobierno sin legitimidad no puede dar un golpe así sin intuir el tamaño de la indignación que desatará ni mostrar sensibilidad ante ella.

Pero sucedió: dispararon el gasolinazo, el presidente no dijo nada y cuando días después, ante el enojo público, no le quedó más que salir a dar la cara, lo hizo improvisando sus palabras, sin mensaje, sin contundencia, dejando más huecos que certezas. Otra vez.

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