La Habana, Cuba.— “Servicio especial” dicen al frente los largos camiones que transportan a los cubanos hasta las cercanías de la Plaza de la Revolución. Bajan de ellos en grupos: los que combatieron con Fidel, los que llevan las medallas al pecho, las estudiantes de uniforme, los doctores en bata blanca, los universitarios que tienen día inhábil, los que no se distinguen de los demás pero cargan una bandera, una foto, una gorra o un recuerdo.

Escuadrones de tres o cuatro “guaguas” que recogen al pasaje, transitan en convoy, se estacionan, descargan al grupo y van por más. Los que descienden compran un trozo del tradicional pan dulce gaseñiga y algo de beber, sus armas contra el sol de la cola para entrar al mausoleo del Comandante, instalado en el monumento al padre de la nación, José Martí.

Hay quien llora, quien grita el Patria o Muerte, la mayoría aguarda en un país donde hacer fila es rutina: para la comida, para el celular, para tomar un helado, para comprar lo que sea…

La capilla ardiente abre justo a las 9 de la mañana, hora local. Los primeros que se formaron llegaron desde las 5. Son los más devotos. Desfilarán miles más durante dos días.

Cuba sigue en silencio. Si alguien pone música el vecino lo calla. El calor amerita una Bucanero bien fría, pero nadie se atreve a beber alcohol, no se vaya a tomar como una falta de respeto. Los mojitos con ron se sirven sólo en los hoteles y para los extranjeros.

Ya di con el lugar. Un portón de madera vieja despintándose de color vino. En la banqueta de enfrente, dos cámaras de videovigilancia están instaladas en los postes de luz. Inusual en La Habana. Toco el timbre y me reciben con toda amabilidad: ¿un café?

La oposición en Cuba está fragmentada. Ese es sólo uno de los factores que han obstaculizado su éxito. En esa casa, que se ha vuelto santuario de los anticastristas, entrevisto a Antonio Rodiles, uno de los tres coordinadores generales del esfuerzo más notable para unir a la oposición en un frente, el Foro por los Derechos y Libertades.

En su entorno la conversación no es Fidel Castro sino Donald Trump. Admite que los cubanos opositores al régimen son de los pocos latinos que están esperanzados con el presidente electo de Estados Unidos: gracias al empuje e influencia del exilio cubano en Florida, calculan, el magnate echará abajo los acuerdos Obama-Castro que restablecieron las relaciones diplomáticas entre la potencia y la isla, y renegociará sentando a la oposición cubana a la mesa, dándole voz, obligando a que a la apertura económica la acompañe una apertura política.

Quizá por eso tan pronto se apagó la salsa en La Habana, le subieron al volumen en la Calle 8 de Miami, afuera del restaurante Versailles, que seguramente desde el viernes ha servido más mojitos —esos sí con alcohol— que de costumbre.

Insisto. El futuro inmediato de La Habana estará más dirigido por la llegada de Trump que por la partida de Fidel.

historiasreportero@gmail.com

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