La Habana. La Bodeguita del Medio está llena de extranjeros y afuera de Coppelia hay fila de cubanos para tomar un helado. Por el malecón caminan todos. También por la ciudad vieja. En La Floridita se pelean por los daiquirís y en las esquinas con Wifi se agolpan los locales con sus celulares casi nuevos.

Parecería un domingo cualquiera. Salvo porque hay silencio en La Habana. La muerte de Fidel Castro dejó a la capital sin volumen. No hay bullicio en las plazas, no hay carcajadas en los restaurantes y los bongós se esconden bajo sus fundas, arrinconados en los escenarios de los bares.

Y Cuba sin volumen es otra Cuba.

No hay gritos de llanto que broten en las calles —quizá los haya a partir de este lunes que se abra la capilla fúnebre con las cenizas del Comandante— ni tampoco se desató la fiesta de que “ahora sí, ahí viene la Cuba libre”.

Hay respeto, duelo callado de quienes ya sabían que esto podía pasar, pero lo sienten ahora que finalmente ha sucedido. El dolor inevitable para algunos que es anhelo para otros. Abonan al silencio de La Habana los fidelistas —que lo son, más que socialistas— compungidos, que recuerdan que él les dio todo lo que son y lo que tienen (en ese orden), y los opositores que toman la respetuosa distancia de no hacer ruido en el funeral del adversario.

¿Al final sonarán más los que lo aplauden por lo que hizo en vida o los que han vitoreado su muerte? ¿Pesarán más los jóvenes a quienes inspiró para pelear por la libertad o aquellos a quienes se la negó? ¿Se recordará por sus discursos que duraban horas o por quienes denuncian que no los dejó hablar? ¿Por ponerle el alto a Estados Unidos o por despejarle el paso a la Unión Soviética? ¿Por recuperar la riqueza para la nación o por pulverizarla después? ¿Por llegar al poder en una épica de la Historia o por no querer dejarlo?

No colapsa Cuba sin Fidel. El héroe de la Revolución, villano de los liberales, se mantenía como un guardián ideológico de una isla que no es el paraíso que cuentan sus promotores ni el infierno que reclaman sus detractores. No es tampoco el justo medio. Fidel no había muerto pero ya estaba casi en bronce. Mantenía poder e influencia, pero su hermano Raúl y su gabinete ejercen el mando y la directriz más en el estilo de la apertura china que de la caída de la URSS: pasos hacia la apertura económica pero sujetas las amarras en la apertura política.

¿A dónde va Cuba? Ya no hay Fidel, hay un embargo económico suavizado y el enemigo yanqui empieza a ser socio. Ya no hay Unión Soviética, que fue sostén, y Venezuela, que la sustituyó, ya no tiene dinero. Murió Chávez, Maduro está en crisis, se fueron los Kirchner, ya no están Lula ni Dilma.

Pero ya se va Obama y no llegó Hillary.

Camino entre las casonas de cutis agrietado de La Habana. Ha de ser por viejos que los edificios no se caen. Por viejos y por bellos. Me queda claro que el futuro inmediato de Cuba se determinará más por la llegada de Trump que por la partida de Fidel.

historiasreportero@gmail.com

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