Nadie como Andrés Manuel López Obrador ha levantado la bandera del combate a la corrupción como estrategia central de su campaña política presidencial desde los inicios de este milenio.

Primero en sus conferencias de madrugada, luego en sus recorridos por el país, más tarde en sus videos de redes sociales, siempre en las entrevistas, siempre en los spots que ha tenido por millones ha sabido cuajar frases sencillas que fascinan a cualquier audiencia.

Ahorita están de moda el frijol con gorgojo y el avión que “no lo tiene ni Obama”, aunque no siempre se apeguen a la verdad (porque nos podrá parecer un gasto excesivo el del avión presidencial mexicano, pero el de Obama es más caro y más grandote).

Sin embargo, en el momento político más crítico en la historia reciente mexicana para el combate real a la corrupción, el adalid de la causa se ha puesto del lado de quienes encubren las transas. Él, que siempre trata de cuidarse de que no se le vea aliado de los partidos a quienes tacha de ser parte de la “mafia del poder”, está más que nunca de la mano de los legisladores del PRI y el Verde que diseñaron un sistema anticorrupción desinflado, en cuya aprobación participaron estratégicamente legisladores del PAN, PRD, la chiquillada y… Morena.

Al votar el sistema nacional anticorrupción, la abstención clave de los legisladores de Morena —quienes suelen no dar un paso sin el visto bueno de su líder— permitió que se diera luz verde a que los funcionarios públicos puedan escudarse en su “vida privada” para no confesar los negocios de sus familiares íntimos y sí, en cambio, exigir al más humilde de los beneficiados de un programa social que divulgue su 3 de 3. Con esas abstenciones se juntó la mayoría necesaria.

No extraña la posición. López Obrador no confía en las organizaciones de la sociedad civil que promueven el sistema nacional anticorrupción. Las considera proempresariales y como también han cuestionado su desempeño como gobernante, las encierra en el saco de la mafia. Ninguno de sus legisladores ha presentado su 3 de 3.

¿Cuál es la propuesta de AMLO contra la corrupción? Él, él mismo. No un grupo de organismos ciudadanos que vigilen, no una fiscalía autónoma que persiga, tampoco investigadores independientes. Para López Obrador, basta con que él gane.

El problema es que creer este caudillismo anticorrupción tiene dos obstáculos:

El primero es que en el único referente tangible que se tiene de una gestión lopezobradorista (su gobierno en la Ciudad de México entre los años 2000 a 2006), la corrupción se mantuvo: en el Índice de Corrupción y Buen Gobierno no se movió en el lugar 32, el último, el peor.

El segundo, que AMLO suele confundir la corrupción con la revolución. Y como en las añejas batallas villistas, permite a los suyos saquear los sitios conquistados… en nombre del movimiento. Hemos visto que robar, morder, cobrar cuotas, recibir portafolios con fajos de billetes no le parecen actos de flagrante corrupción porque, asume y justifica, el dinero es para apoyar “el movimiento”.

Vaya adalid.

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