A pocas horas de haber sido investido como Papa, el argentino Jorge Bergoglio recibió del presidente Enrique Peña Nieto la invitación para visitar México. Se la hizo en persona, cuando lo saludó como parte del protocolo. Fue marzo de 2013.

Durante más de un año, hubo contactos entre la Cancillería mexicana y la Secretaría de Estado vaticana. Desde Europa daban largas. Presionó también sin éxito la Conferencia del Episcopado Mexicano. El argentino se resistía por una combinación de tres factores: tenía cierta desconfianza del gobierno, no se llevaba bien con la jerarquía católica local y no encontraba un ángulo discursivo que le permitiera hacer, de la suya, una gira diferente y no la de otro Papa que recorría México.

En junio de 2014, Francisco recibió al presidente mexicano en el Vaticano. Al despedirse, Peña Nieto urgió al Papa: “Su Santidad, los periodistas me van a preguntar si va usted a México, ¿qué les digo?”, le habría preguntado, según fuentes que tuvieron acceso al contenido del diálogo entre ambos jefes de Estado.

El Papa accedió. Le dijo que podía anunciar que sí iba, pero no definió fechas. Peña Nieto lo difundió así, pero el Vaticano, al reseñar el encuentro, no confirmó la visita. Se encendieron los focos rojos en México. El entonces canciller José Antonio Meade cabildeó con su par eclesiástico, Pietro Parolín, y con el vocero del Papa, Federico Lombardi, que por lo menos coincidieran en que el Papa ya había aceptado viajar a México. La Iglesia enmendó.

Seguía sin haber fecha cuando, en el otoño de 2014, estallaron Ayotzinapa y la Casa Blanca. Si el pontífice no se sentía cómodo con el gobierno, con todo esto, peor. El Papa anunció que iba a Estados Unidos. Luego divulgó que volaría a Bolivia, Paraguay y Ecuador. Y también a Argentina, Chile y Venezuela. Y hasta a Cuba.

Casi todo el continente americano, pero nada decía de México.

En ese momento, desde México cambió la estrategia. Según varias fuentes, el gobierno de Peña Nieto buscó un acercamiento con los obispos mexicanos. Los convenció de que si el Papa no venía perdían los dos: Peña sería el primer presidente, desde López Portillo, sin visita papal y el alto clero mexicano despertaría sospechas por la distancia. Qué flaco favor se hacían hablando mal el uno del otro ante sus interlocutores en el Vaticano. Acordaron, pues, cabildear juntos.

Y lo lograron. Antes del verano de 2015, los emisarios del Papa les dijeron que sí y que al arranque de 2016, pero Francisco les pidió guardar el secreto porque quería hacer el anuncio en diciembre, en el día de la guadalupana. Ganaba más de medio año de tiempo. Claramente, seguía sin sentirse cómodo.

El 12 de diciembre de 2015, la Conferencia del Episcopado Mexicano y el gobierno federal anunciaron conjuntamente la fecha exacta de la visita.

SACIAMORBOS. El gobierno federal ofreció a Carlos Joaquín una senaduría en el 2018 a cambio de que no se saliera del PRI a buscar la gubernatura de Quintana Roo por el PRD. El trato llevaba la garantía del presidente. Pero no aceptó: se salió del PRI y buscará la gubernatura por el PRD. Total, si no la gana, podrá en 2018 ser senador, aunque sea por la vía del segundo lugar… y por el PRD.

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