El corazón del populismo solía estar en América Latina, pero de unos años a la fecha, la ola populista apareció en las democracias más avanzadas de Occidente. Desde Grecia, Irlanda, Italia, Holanda, Francia, Gran Bretaña y hasta Estados Unidos.

Su discurso ha sido el de dividir: nosotros contra ustedes. Y la población de estos países, cansada de una élite que simplemente no cumple la promesa de generar mejores condiciones de vida para la mayoría ni logra frenar las olas de migrantes que llegan a ser vistos como una amenaza a la identidad nacional y hasta a la seguridad, les ha abierto los oídos y en algunos casos, las puertas.

Notablemente, está el caso de Estados Unidos, en donde Donald Trump usó un discurso de campaña y ahora como presidente que raya en el chauvinismo: “los chinos con sus productos; los mexicanos con sus indocumentados y los musulmanes con sus refugiados, están acabando con nosotros… y yo puedo hacer que América cambie y sea grande otra vez”. Ese ha sido, básicamente el discurso que lo llevó a La Casa Blanca.

Pero entrando en el sexto mes de Trump en el poder, dos cosas quedan claras. La primera es que Trump está atravesando por lo que otros populistas en el mundo han vivido ya: que es más fácil decir que hacer; más fácil criticar que implementar; más fácil hacerlo fuera del gobierno que con sus riendas en las manos.

Lo segundo que queda claro es que, ante tanta dificultad, los ciudadanos desencantados de otros países occidentales se están pensando dos veces si seguir el camino de los populistas que valientemente tomaron los griegos con Syriza; los británicos con el Brexit y los estadounidenses con Trump.

Las olas populistas parecen estar encontrando un pequeño y afortunado freno. Lo vimos en Holanda, en donde parecía que Gert Wilders sería el Donald Trump de los Países Bajos y sin embargo fue derrotado en las elecciones de principios de año. En Francia fue grande la amenaza de que finalmente ganara la extrema derecha de Marine Le Pen, pero fue derrotada en la segunda vuelta por el centrista Emmanuel Macron.

Freno similar han sufrido los populistas en Italia, Alemania, Austria e incluso Theresa May en Gran Bretaña

Sorprende esta especie de racionalidad en un electorado que parecía no entender hechos sino emociones. El enojo con la clase política tradicional y su desprestigio parecía tener ciegos a los ciudadanos, dispuestos a aventarse hacia un precipicio con destino desconocido, aunque muy bien prometido.

Porque eso sí, por promesas los populistas no ven limites. Cuando son la oposición, hacen las preguntas correctas y plantean los temas económicos y sociales acertados para una población que en la mayoría de los casos no se ha visto beneficiada por la globalización y que pide a gritos que la clase política responda ante ello. Prometen, en resumen, que existen soluciones fáciles para problemas complicados.

El problema es que una vez en el poder, los populistas no encuentran las soluciones. Ante la mayor frustración promueven la polarización, la división y apelan a los sentimientos nacionalistas.

Es lo que estamos viendo en Estados Unidos. ¿Está aprendiendo el mundo occidental de la apuesta estadounidense? A juzgar por los recientes resultados electorales en Europa, sí. Los que se acercan a Trump o quienes se dejan que Trump se les acerque, han perdido. Pronto veremos si el caso mexicano sigue estos otros ejemplos.

@AnaPOrdorica
anapaulaordorica.com

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