¿Cuántos de los 2 millones 48 mil 325 votos que recibió Alfredo del Mazo el pasado 4 de junio fueron de respaldo? Y viceversa ¿Cuántos del millón 879 mil 426 votos que recibió Delfina fueron un respaldo a Morena y cuántos en repudio al PRI?

Planteo la pregunta porque en México somos muy dados a pensar que nuestro problema está en las reglas y no en los comportamientos y por ello tenemos una Constitución que es un mamotreto y un sin fin de reglas judiciales, electorales, laborales que buscan seguridad, equidad, justicia… pero a la hora de la hora, como se implementan mal o a medias, resultan insuficientes y volvemos a caer en el mismo círculo de reformar leyes para ver si las conductas cambian.

Así, actualmente se está planteando la segunda vuelta electoral como la panacea para resolver la fragmentación política que hizo que mientras que Fox llegó a la presidencia con 42.52% del voto; Calderón lo hizo apenas con 35.91 por ciento y Enrique Peña con el 38.21 por ciento.

De tener dos partidos grandes, PRI y PAN; uno mediano, PRD; y pocos partidos chicos, actualmente hay un total de nueve partidos políticos. A los tres mencionados hay que sumar al PVEM, Movimiento Ciudadano, Morena, PT, Partido Nueva Alianza y Partido Encuentro Social. Además han nacido pequeños partidos locales y candidatos independientes de ciudadanos que han levantado la mano ante el rechazo a los políticos tradicionales.

El escenario es de una enorme fragmentación política.

Por ello el argumento de varios analistas e incluso esta semana del dirigente nacional del PAN, Ricardo Anaya, sobre la necesidad de que en México se implemente la segunda vuelta. Mediante ésta puede haber la fragmentación que se quiera en la primera vuelta, pero a la segunda vuelta sólo pasan los dos que hayan obtenido más votos y quien gane lo hará habiendo obtenido más del 50 por ciento de los votos.

Llama la atención que PAN lo apoye y PRI y Morena digan que no por el temor a no lograr ser la segunda mejor opción de los electores de darse la segunda vuelta. Demuestran que en lugar de trabajar para presentarse como la mejor opción, o de perdida la segunda mejor, prefieren obstaculizar y mantener el status quo de la fragmentación.

Más allá de la mediocridad de muchos en la clase política, vale la pena anotar que la segunda vuelta bien puede ayudar a obtener la mayoría de los votos, pero esto no necesariamente implica ganarse el apoyo de la ciudadanía. Sin dejar de tomar en cuenta las diferencias en los sistemas electorales, hay que ver el caso norteamericano reciente, en el que Trump ganó porque recibió muchos votos de quienes lo hicieron en contra de Hillary Clinton y no a favor de él. En Francia Macron recibió muchos votos de quienes estaban en contra de Le Pen y no a su favor.

Por ello contrastó mucho el discurso tan divisivo de Trump el día que asumió el poder en el cual no reconoció justamente que gran parte de los estadounidenses no votaron por él, sino en contra de Clinton. Por el contrario, Macron asumió reconociendo que su triunfo se debió en gran parte al miedo a Le Pen y por repudio a los políticos tradicionales y no necesariamente en su favor. Desde que llegó Macron al Elíseo se ha dedicado a tratar de ganarse a todo el pueblo francés y no a regodearse de haber obtenido el 66 por ciento de los votos.

Mal estaría la clase política y los analistas que empujan la segunda vuelta si piensa que esa mayoría es sinónimo de apoyo o simpatía.

@AnaPOrdorica
anapaulaordorica.com

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