El jueves pasado, un motín en el penal estatal de Las Cruces, en Acapulco, se saldó con la muerte de 28 reos. De ellos, al menos cinco fueron decapitados.

La noticia abruma, pero no sorprende. Esa prisión, como todo el sistema penitenciario de Guerrero, ha sido un infierno desde hace años. En 2016, tenía 2 mil 319 reos, tanto hombres como mujeres, y sólo mil 543 espacios. En su Diagnóstico Nacional de Supervisión Penitenciaria 2016, la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) reprobó al penal de Las Cruces en 27 de 30 criterios. Su calificación global fue de 4.79, lo cual lo convierte en uno de los 15 peores penales del país.

Además, Las Cruces tiene una larga historia de violencia, ilegalidad y abandono. Van algunos ejemplos:

• En junio de 2011, un motín en el penal dejó tres muertos y ocho heridos. En días previos al incidente, los internos habían solicitado a las autoridades el traslado de 33 reos del fuero federal, de alta peligrosidad. No les hicieron caso.

• En noviembre de 2011, en un cateo conjunto de la Policía Estatal y fuerzas federales, fueron hallados al interior del penal cien televisiones de pantalla plana, centenares de armas punzocortantes, dos pavorreales, gallos de pelea, dos costales de marihuana y 19 prostitutas.

• En enero de 2014, tres reos murieron y un número indeterminado acabó herido en una riña colectiva. En una revisión llevada a cabo en los días posteriores al incidente, se encontraron en posesión de los internos 300 armas blancas, cinco televisiones, múltiples reproductores de DVD y una docena de teléfonos celulares.

• En abril de 2015, un reo fue asesinado a golpes en su celda. En respuesta, un grupo de 600 personas protestaron en el exterior de la prisión, pidiendo el traslado urgente de seis reos que, según los manifestantes, eran responsables de múltiples actos de violencia.

• En julio de 2015, en otro cateo, se encontró una pistola, 152 televisores y varios kilos de marihuana y cocaína. El director del penal, Mario Flores Tapia, fue destituido de su cargo tras el operativo.

• En febrero de 2016, en otra inspección conjunta del Ejército y la Policía Estatal, se decomisaron a los internos 146 objetos punzocortantes y 95 herramientas de trabajo robadas de los talleres, además del caudal habitual de aparatos electrónicos y alcohol.

• En agosto de 2016, se desató una epidemia de tuberculosis en el penal. La enfermedad se diagnosticó en al menos 30 reos. Como parte de la intervención de las autoridades sanitarias, se desparasitó y se aplicaron vacunas antirrábicas a 40 mascotas (sí, mascotas) que habitaban en la cárcel.

Eso, además, es sólo lo que sucede al interior del penal. Los alrededores son una extensión del horror. En enero de 2016, un custodio de Las Cruces fue asesinado cuando salía de su casa. En marzo, unos individuos arrojaron una granada contra un sitio de taxis a unas cuantas cuadras de la prisión. Para fortuna de todos los presentes, el artefacto no explotó. Unos meses después, en septiembre, un cuartel de la Policía Estatal, ubicado en las cercanías de la prisión, fue balaceado con armas largas desde dos vehículos en marcha.

En resumen, que nadie se llame a sorpresa por lo ocurrido la semana pasada. Las Cruces es un horror que no hace sino crecer desde hace años. No era más que cuestión de tiempo para que sucediera una masacre como la del jueves. Y, si no se toman medidas urgentes, no es sino cuestión de tiempo antes de que suceda otra.

alejandrohope@outlook.com. @ahope71

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