Como ya es de conocimiento general, el New York Times reveló que un grupo de periodistas, activistas y defensores de derechos humanos en México fue víctima de un intento de espionaje. Sobre el particular, van siete apuntes:

1. En esta historia, hay dos hechos no desmentidos: a) las huellas de NSO, la hoy célebre empresa tecnológica israelí, son visibles en 76 mensajes de texto enviados a 11 teléfonos de personalidades mexicanas, y b) al menos tres dependencias federales (Cisen, PGR, Sedena) adquirieron software de NSO en los últimos seis años.

2. De lo anterior, no sigue necesariamente que alguna de esas tres dependencias haya intentado espiar a las personas mencionadas en la historia del New York Times. Como bien apuntaba ayer Javier Tejado en estas mismas páginas, las agencias federales pudieron haber servido de conducto para que gobiernos estatales o actores privados tuvieran acceso a la herramienta. Pero, como sea, hay evidencia más que suficiente para iniciar una investigación.

3. ¿Pueden las dependencias del gobierno federal investigarse a sí mismas? Tal vez no, pero hay otras instancias de otros poderes que pueden entrar al quite. En primer lugar, la Comisión Bicamaral de Seguridad Nacional, integrada a partes iguales por miembros de ambas cámaras del Congreso y encabezada actualmente por el diputado perredista Waldo Fernández González, tiene facultades de fiscalización sobre el Cisen. En segundo lugar, la Auditoría Superior de la Federación, dependiente del Congreso de la Unión, podría revisar cada uno de los contratos firmados con NSO.

4. Hay un hecho que no deja de sorprenderme: la torpeza de los intentos de espionaje. Se intentó engañar a personas sofisticadas, que previsiblemente tomaban ya precauciones para resguardar su información, con tretas estúpidas, como de aprendiz de extorsionador telefónico. Parecía como si deliberadamente buscaran alertar a sus blancos ¿Es que tal vez intentaban intimidar y no espiar? De ser el caso, también fallaron rotundamente. Que yo sepa, ni Juan Pardinas ni Carmen Aristegui ni Carlos Loret de Mola ni Salvador Camarena ni ninguno de los otros blancos modificó su comportamiento después de recibir los multimencionados mensajes de texto. Entonces, en términos prácticos, los actores de esta trama ni espiaron ni intimidaron ¿Incompetencia o algún retorcido propósito? Lo ignoro.

5. Todo este asunto tiene un costo indirecto: el instrumento quedó quemado para fines legítimos. Después de esto, ¿quedará alguien en el submundo criminal que no vea con recelo la llegada de algún misterioso mensaje de texto? ¿Quedará alguna manera de infectar con Pegasus el celular de un delincuente, que no pase por hacerse físicamente del aparato? Dicho de otro modo, los 80 millones de dólares presuntamente gastados en herramientas de este tipo fueron tirados a la basura.

6. ¿Para qué intentar espiar a tantos con tantos recursos y tan pocos resultados? No lo sé, pero se me ocurre que, en parte, es resultado de la sacralización de la inteligencia. En ciertos segmentos de la opinión pública y del México oficial, se ha asentado la idea de que no hay dinero mejor gastado que el que se gasta en sistemas de inteligencia. Eso genera un incentivo a comprar más y más fierros. Ya con los fierros, surge la tentación de aprovecharlos hasta el máximo de sus capacidades. Y eso, por lo regular, rebasa con mucho el ámbito legítimo de uso.

7. En resumen, espían los que espían porque pueden espiar. Nadie castiga al que se pasa la raya. Nadie pone el freno desde fuera. Y sin controles externos, no hay en el planeta ningún aparato de inteligencia que no se vuele las trancas. Así de fácil y así de obvio.

alejandrohope@outlook.com
@ahope71

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