En concurrida noche de sábado, tres jóvenes son acribillados en un bar. Días después, dos hombres son asesinados, a horas del día, mientras atendían un puesto callejero de comida. Poco más tarde, un dentista es atacado a balazos en el estacionamiento de su consultorio y muere de camino al hospital.

¿Ciudad Juárez en 2010 o 2011, en el pico de la crisis de seguridad? No, Ciudad Juárez el mes pasado. Ciudad Juárez supuestamente en condiciones de paz.

En febrero, fueron asesinadas 84 personas en esa urbe fronteriza. Fue el segundo peor mes desde mediados de 2012, apenas superado por octubre de 2016. Con ese total ya se acumularon 138 homicidios en el primer bimestre del año. Eso implica un incremento de 146% con respecto al mismo periodo del año pasado. A ese ritmo, 2017 va a resultar siendo el año con más homicidios desde 2012, cuando aún batían los tambores de guerra en Juárez.

¿Qué está pasando? ¿Qué explica esta oleada de violencia en esta ciudad que, hasta hace pocos meses, era presentada como modelo de pacificación? Nadie sabe del todo, pero, según fuentes juarenses, puede ser una combinación de cuatro factores:

1. La desorganización del Cártel de Sinaloa, producto de la extradición de Joaquín El Chapo Guzmán y del conflicto sucesorio que ha estallado en esa organización criminal.

2. El resurgimiento de La Línea, el brazo militar del Cártel de Juárez, de la mano de la pandilla transfronteriza conocida como el Barrio Azteca.

3. El supuesto arribo del Cártel de Jalisco Nueva Generación y el tráfico a gran escala de metanfetaminas tanto hacia Estados Unidos como en las calles de Ciudad Juárez.

4. La disputa a varios niveles entre el gobierno estatal, presidido por el panista Javier Corral, y el gobierno municipal, encabezado por un independiente, Armando Cabada.

Cualquiera que sea la causa (o combinación de causas), hay un hecho inocultable: el milagro juarense se está agotando. Y eso apunta a algo que he venido señalando desde hace tiempo (y que no por obvio deja de ser menos importante): las fases tempranas de un proceso de pacificación son relativamente sencillas, pero la consolidación del proceso es complicadísima.

Inicialmente, algo más de tropa y algo más de voluntad y una dosis de rendición de cuentas pueden hacer milagros en una ciudad o un estado sumidos en una crisis de violencia. Así sucedió en Tijuana y luego en Juárez y luego en Monterrey y luego en La Laguna.

Pero una vez que pasa la emergencia, una vez que ya no se acumulan los cadáveres en las calles, una vez que se han ido las cámaras y micrófonos de los medios nacionales, cuando el asunto se vuelve de larga construcción institucional, el sentido de urgencia se pierde, los procesos se rezagan, los presupuestos no fluyen y las cosas dejan de cambiar. Pero hay allí un problema. La paz es como una bicicleta: si se deja de pedalear, la caída es destino ineludible. Y se puede perder así lo ganado en varios años.

Algo así podría estar pasando en Ciudad Juárez: tras años de presunta normalidad, ya sin la presión agobiante de la sociedad civil y los medios, las autoridades dejaron de hacer los cambio indispensables a las instituciones de seguridad y justicia. Súmenle un cambio de gobierno algo menos que terso y una crisis presupuestal y el resultado es el que tenemos: 138 asesinados en dos meses y un año que ya huele a crisis.

alejandrohope@outlook.com

@ahope71

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