Todos los años, el aparato de seguridad nacional produce un documento conocido como la Agenda Nacional de Riesgos. Según la descripción provista por el Cisen, se trata de “un producto de inteligencia y un instrumento prospectivo que identifica riesgos y amenazas a la seguridad nacional, la probabilidad de su ocurrencia, las vulnerabilidades del Estado frente a fenómenos diversos y las posibles manifestaciones de los mismos”.

Se trata de un documento confidencial, pero algunas ediciones recientes se han filtrado a lo medios de comunicación (). Todas incluyen fenómenos como la delincuencia organizada, los desastres naturales, la corrupción e incluso el anarquismo. Todas excluyen una amenaza que, a la luz de las últimas semanas, debería de haber ido en primerísimo lugar: el surgimiento de un gobierno estadounidense hostil a México.

Esa misma ausencia se repite en el Programa para la Seguridad Nacional 2014-2018. Se pueden leer allí algunas parrafadas como ésta: “es necesario apuntar que el Gobierno de la República trabaja con sus socios de América del  Norte en el fortalecimiento permanente de capacidades para enfrentar los complejos retos de la seguridad  regional y fronteriza”. No hay en cambio ninguna discusión sobre la posibilidad de que la derecha extremista pudiese ganar una elección nacional en Estados Unidos.

Si bien es cierto que el fenómeno Trump sorprendió a propios y extraños, el ascenso del extremismo chovinista blanco en el país vecino ha sido visible desde hace años. Pero en México lo vimos como excentricidad, no como riesgo serio.

Todos los que hemos sido parte de las instituciones de seguridad nacional en la última década debemos reconocer que fracasamos radicalmente en identificar la principal amenaza al país. No era la delincuencia organizada o los desastres naturales o, mucho menos, los movimientos antisistémicos. Era lo que estamos viviendo en estos momentos: el hecho de que México sea visto por el gobierno de Estados Unidos como un enemigo.

Y como no se nos ocurrió que eso podía suceder, no desarrollamos los planes, los protocolos y las instituciones para enfrentarlo. En particular, no hubo ningún intento por construir un servicio de inteligencia exterior, con capacidad para operar en Estados Unidos y fortalecer la capacidad negociadora del gobierno mexicano frente a su vecino.

Y por operar, no me refiero a tener alguna oficina de enlace o hacer algunos reportes sobre el Congreso o las elecciones en Estados Unidos. Me refiero a robar secretos, obtener documentos confidenciales, plantar informantes en instituciones claves, penetrar subrepticiamente sistemas de cómputo. Espiar, pues.

Como ejercicio, ¿se imaginan lo distinta que sería nuestra situación si el gobierno mexicano tuviese acceso a las declaraciones fiscales de Donald Trump? ¿O a información comprometedora sobre Steve Bannon o Jared Kushner? ¿O hubiese penetrado los sistemas de cómputo de la campaña republicana?

¿Suena muy volado para un país como México? No lo creo. Cuba ha tenido operaciones de inteligencia en Estados Unidos desde hace décadas. Lo mismo vale para Israel. De Rusia ni hablamos (y, como dato, el PIB de México y el de Rusia son casi del mismo tamaño). Si México no lo hace es porque no ha querido hacerlo y no ha querido hacerlo porque nunca se le ocurrió que lo necesitaría. Tal vez sea momento de que se nos ocurra.

Ya no nos podemos equivocar. Trump tal vez se autodestruya, pero el trumpismo posiblemente permanezca. México va a tener que lidiar con esa realidad de aquí en adelante y actuar en consecuencia.

alejandrohope@outlook.com

@ahope71

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