Hasta hace algunos años, huachicol era una palabra usada para referirse a las bebidas adulteradas. Luego, pasó a designar el diésel falsificado, pirata o de mala factura. Más recientemente, se ha vuelto sinónimo de combustible robado. Y de huachicol viene huachicoleo, la actividad consistente en ordeñar ductos de Pemex, para luego vender (a gran escala) la gasolina y el diésel sacados a la mala.

Hay huachicoleo en buena parte de la geografía nacional, pero en ningún lugar hay tanto como en Puebla. En específico, en un corredor de municipios al este de la capital del estado, conocido localmente como el Triángulo Rojo. Y le dicen rojo porque allí la sangre fluye tanto como el combustible robado. A últimas fechas, los eventos trágicos no hacen sino multiplicarse en la región.

Hay tanta bala porque el negocio es enorme. Según estimaciones de Dwight Dyer, un analista de temas de energía (y buen amigo mío), las perdidas para Pemex por el robo de combustible de 2009 a 2016 se ubicarían en cerca de 160 mil millones de pesos.

Y como el negocio es enorme, cada vez hay más delincuencia organizada, de la especializada y de la diversificada, la regional y la nacional, grupos locales a la par de Zetas y el Cártel de Jalisco Nueva Generación. A la vez, hay comunidades enteras que viven del huachicoleo y lo protegen de las autoridades.

En el trasfondo, hay redes de complicidad entre autoridades de diversos niveles (empezando en Pemex y acabando en policías municipales) y una impunidad rampante. Muchos roban, muy pocos son castigados

Para mis (pocos) lectores habituales, estos datos resultarán familiares. Escribí sobre esto (y narré casi lo mismo) en octubre pasado. Y dije que el huachicoleo estaba jodiendo a Puebla y que a nadie parecía importarle ese hecho.

Ayer hubo finalmente algo de reacción. El gobierno federal envió a 500 elementos del Ejército, designados como Policía Militar (esa apelación amerita una columna entera), a combatir el robo de combustible.

¿Será suficiente ese esfuerzo? Francamente lo dudo. La respuesta al fenómeno no puede pasar sólo por más vigilancia en los ductos y más represión a los bandidos. Es necesario, mediante controles más estrictos en gasolineras, cerrar una parte del mercado. También, se necesita dificultar la ordeña mediante adecuaciones físicas de los ductos y el uso de tecnología para detectar más rápido las fugas. Y sobre todas las cosas, se requiere un combate frontal a la corrupción, empezando en Pemex. Mientras haya cómplices internos, mientras haya quien pase información crucial a los chupaductos, mientras haya una autoridad que proteja el robo, no habrá soldados que alcancen. Y Puebla se seguirá jodiendo.

Analista de seguridad

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