Texto y fotografías actuales: Magalli Delgadillo
Diseño web: Miguel Ángel Garnica
Compara el antes y después deslizando la barra central (ABRIR MÁS GRANDE)Cuando el reloj-sol dictaba las ocho o nueve de la mañana, las mujeres de la familia Ruíz—pobladores de San Pablo Chimalpa, en la delegación Cuajimalpa— se dirigían al arroyo para lavar. Tomaban su tina grande, la copeteaban de ropa, tanto que podía pesar hasta 20 kilos. Además, llevaban algo de comida, pues no regresaban a casa hasta las siete de la noche. A principios de la década de los 20, como resultado de la falta de tuberías, se observaba a las señoras restregar sus vestidos en piedras. Una de ellas era doña Elena—en ese entonces, tenía seis años—, su mamá y su abuelita. 

Antes lavaban ropa en ríos; hoy, en lavaderos
Antes lavaban ropa en ríos; hoy, en lavaderos

A veces, sus seis hermanos menores las acompañaban, pero ellos sólo iban a aventarse agua, atrapar ajolotes o se inventaban alguna actividad entretenida con las piedras, tierra o palos. Disfrutaban de la naturaleza mientras su mamá repujaba en las piedras las playeras y demás ropa sucia.

Sin embargo, el cuidado a los niños debía ser constante, pues a veces la diversión se salía de control: “Mi hijo el más chico ahí se me cayó y se estaba muriendo. Íbamos a tender la ropa en los matorrales. Yo estaba lavando del otro lado. Él se colgó de una rama y esta se rompió. Se pegó en la cabeza con una roca. De ese susto, le dio la hepatitis”, relata doña Elena Ruíz, una mujer de 67 años.

La rutina era la misma: empezar a repartirse los calcetines, blusas, ropa interior… El agua del afluente grande y chico corría sin ningún obstáculo más que el de las piedras, donde las mujeres tallaban. Estas rocas— inclinadas y suficientemente ásperas para quitar las impurezas de las prendas— estaban listas para su desgaste rutinario de cada martes o viernes, los días más concurridos por las amas de casa.

El siguiente paso era lo más incómodo: la posición. Tomaban una postura sumisa: se hincaban frente a una piedra, restregaban, hacían espuma, quitaban el exceso de jabón y exprimían, una y otra vez hasta quitar las manchas.

En este tiempo no se usaba el detergente. Lo más ocupado entre las asistentes era el Sanacoche, una raíz (parecida al camote) usada como jabón natural. Escarbaban, cortaban el tubérculo, lo machacaban con una piedra y con eso tallaban. “Las prendas quedaban bien suavecitas. Mejor que el Suavitel. Ya no lo usamos. ¡A qué hora estaremos rascando!”, nos platica doña Refugio, una mujer de más de 60 años, quien sigue asistiendo a los lavaderos comunales —donde antes fluían los riachuelos conocidos como “chico" y "grande” de San Pablo Chimalpa en Cuajimalpa—.

Por su parte, doña Elena Ruíz dice: “antes de que estuvieran los lavaderos, íbamos al río. El agua era muy limpia. Había pozos, poníamos piedras y ahí enjabonábamos, pero cuando hicieron un depósito en la parte de abajo del pueblo, acapararon la corriente, se perdieron estas reservas. Ya no hubo”.

Antes lavaban ropa en ríos; hoy, en lavaderos
Antes lavaban ropa en ríos; hoy, en lavaderos

Mientras lavaban, ellas platicaban de la vida cotidiana. Doña Elena no menciona detalles, pero quizá de las situaciones de las familias vecinas, los maridos, sus problemas…

Si la prenda estaba lista, era puesta sobre los matorrales o el pasto. Además, la mayoría de las veces, contaban con la ayuda de los rayos solares y el viento para terminar con el proceso. Después de todo, convenía que la carga fuera menos pesada a la hora de irse, pues las veredas serpenteadas se transformaban en largas y pesadas subidas, más si se cargaban estos bultos de ropa mojada o, peor aún, cobijas.

Antes lavaban ropa en ríos; hoy, en lavaderos
Antes lavaban ropa en ríos; hoy, en lavaderos

Cuando el hambre tocaba sus estómagos, sacaban los alimentos. Reposaban un poco. Mientras comían había otro momento de risas y comentarios chuscos. La señora Elena no dio pormenores al respecto, pero seguramente las siestas bajo el sol o la sombra de un árbol debían reponer a cualquier mujer trabajada. Sin embargo, esto podría haber parecido imposible, si se tiene en cuenta la cantidad prendas que debían tallar.

La señora Elena recuerda: “Los que íbamos comíamos todo frío. ¿Dónde íbamos a calentar? A las dos de la tarde nos sentábamos un rato para después seguir. Por eso ahora, ya no me quedaron ganas de ir. A veces, vamos en Semana Santa a ver cómo se bañan (en una “vena” proveniente de alguno del manantial de Espitzu)”.

Y después de lavar… No todo terminaba en los arroyos ni el cansancio se iba por esos caudales, las madres de familia tenían que llegar a casa para preparar la cena. En el hogar de Elena había algo parecido a una regla: 10 kilos de masa, se tenía que convertir en calientitas tortillas cocidas en comal bajo leña. El esposo llegaba y lo único que quería era comer.

Los días menos apropiados para ir al río

No todos los martes o vienes eran los mejores para limpiar la ropa en el arroyo. A veces llovía y mucho. Esto provocaba el incremento en el caudal y resultaba peligroso para las personas:

“Nos agarraban unos aguaceros, ¡que Dios mío! Una vez subió el nivel. Ya no podía seguir. Aventé mis prendas en las hierbas. Hasta otro día regresé. En otra ocasión, ya estaba bien enojada porque iba a llover. Agarré los calcetines, los eché al corriente y se los llevó. Dije: ‘Lo siento, voy a comprar más calcetines, pero yo ya me voy’. Sufrimos mucho al ir a lavar hasta allá”.

No todas las personas corrían con la suerte de pasar incómodos momentos bajo árboles, tratando de resguardarse de las lluvias, mientras el nivel del agua crecía. La señora de mirada pasiva comenta la vez que una mujer, a quien ella conocía, desapareció:

“Se perdió. Según dijeron que se la llevó el río. Primero encontraron los zapatos; una semana después, el cadáver, pero ya no la reconocieron. Pensamos que fue ella”. Se trataba de una ancianita solitaria. Algunas personas del pueblo comentaron que había ido a tallar, pero estaba lloviendo, por lo cual, se fue a atajar debajo del puente, vino la corriente fuerte y se la llevó.

Así como ella, hubo muchas personas desaparecidas, pero ya no los encontraron. “Dicen eso, porque ahí (en el afluente) encontraban los zapatos”, recalca la señora Elena.

Los lavaderos públicos urbanos

Desde la época colonial existían sistemas para abastecer de agua. “Las haciendas y ranchos contaron también con acueductos, pilas y fuentes para surtir a los campos, el ganado y las personas, cuyo tratamiento sería materia de un estudio especial”, según Romero de Terreros en su obra Acueductos de México 1996.

Además, “otro servicio urbano de aparente nuevo cuño fueron los lavaderos colectivos, algunos situados en espacios públicos, otros en la privacidad de conventos, colegios, hospitales, haciendas y ranchos. Uno de los más antiguos, del siglo XVI, es el de Xalitic, Xalapa (Veracruz)”, según la Semblanza Histórica del Agua en México, publicada por la Comisión Nacional del Agua.

Antes lavaban ropa en ríos; hoy, en lavaderos
Antes lavaban ropa en ríos; hoy, en lavaderos

Poco a poco, con el desarrollo de obras hidráulicas las tuberías comenzaron a utilizarse en las casas y las mujeres tenían su propio lavadero. Una de las más antiguas imágenes registradas tomada por el fotógrafo William Henry Jackson en 1880, se usó como imagen principal en esta publicación.

Ahora la señora Elena ya no va al río a realizar esta cotidiana tarea. La construcción de fregaderos y la tecnología le han facilitado la vida. “Cuando crearon los lavaderos, mucha gente dejó de ir al arroyo, pero ahorita hay muchas personas rentando (casas) son quienes vienen a lavar aquí”. Los del pueblo ya casi no.

Además, remarca: “Ahorita ya tengo una lavadora desde hace 10 años y ni una compostura tiene. Todavía sigue funcionando muy bien”.

Unos lavaderos en el río

En la década de los 60, era común encontrar a un grupo de mujeres platicando, intercambiando algunas anécdotas entre el agua y jabón… No se trataba de una estética, sino de lavaderos públicos, donde aún ellas tallan, exprimen y tienden.

En la Ciudad de México todavía existen estos espacios en delegaciones como Xochimilco, Iztapalapa (remodelados en 2011) y donde no sólo acuden a labores de limpieza, sino también, en ese año se invitaba a realizar actividades como yoga, zumba, cursos gratuitos de violencia intrafamiliar, de sexualidad y náhuatl y en el pueblo de San Pablo Chimalpa, Cuajimalpa, todavía existen dos de estos legendarios lugares: uno ubicado en la calle Reforma (en la parte alta de la comunidad) y otro cerca del “río chico” y “río grande” (en la zona sur).

El primero se construyó al servicio del pueblo, había sido un cementerio. Después, en 1960 aproximadamente, se levantó un centro de limpieza manual. Ahí, un grupo de féminas se reunían para realizar parte de sus labores domésticas.

La comunidad era pequeña y, hasta ese momento, los manantiales—provenientes de Acopilco, un pueblo contiguo— eran suficientes. Con el tiempo, los cerros se fueron poblando y estas reservas se secaron. Pronto, el Sistema Cutzamala abasteció a los habitantes de esta zona, aunque años después, se independizaron de esta fuente y ahora el agua proviene de algunas reservas de la zona.

Estaba planeado que los lavaderos fueran derribados, pues se iba a construir un nuevo sistema para llevar el líquido a las familias más alejadas. Sin embargo, el propietario de un gran terreno, cerca de ese lugar, donó un espacio y el 2 de marzo de 1979,  se pusieron de nuevo los fregaderos.

Antes lavaban ropa en ríos; hoy, en lavaderos
Antes lavaban ropa en ríos; hoy, en lavaderos

Los vecinos se organizaron para la compra de varillas, cemento, arena, pilas… Todo eso y un poco de entusiasmo fue necesario para establecer el nuevo sitio con “22 lavaderos. Antes, todos se llenaban”, recuerda doña Elena Ruíz. Ahora, cerca de 10 personas recurren a estos sitios diariamente. “Normalmente son personas que rentan y no tienen lugar para lavar” o algunas hijas de señoras, quienes acostumbraban a ir, comenta Verónica Ruíz, hermana de la señora Elena. Esta costumbre se heredaba.

De acuerdo con el texto “Espacios públicos urbanos: una contribución a la identidad y confianza social y privada”—publicado en la Revista invi en 2005—, “el espacio público es también el territorio donde se manifiesta con más fuerza la crisis de la vida en la ciudad. Es uno de los ámbitos en que convergen y se expresan posturas y contradicciones sociales, culturales y políticas de una sociedad y de una época determinada”.

Además, en mencionado texto se incluye una cita de Manuel Castells (1998), sociólogo, quien “sostiene que, (…) el espacio de los lugares se constituye como expresión de identidad, de lo que yo soy, de lo que yo vivo, de lo que yo sé y de cómo organizo mi vida en torno a ello” ( información extraída del libro La sociedad red).

El Día de San Juan

Lo más bonito de los lavaderos para Verónica Ruíz es que el 24 de junio, Día de San Juan, colocan al santo encima de la pileta y adornan el lugar: “hace como 35 años, las señoras grandes a todas las que venían a lavar temprano les daban atole”, menciona Verónica Ruíz.

Incluso, las señoras tenían la creencia de que si se mojaban el cabello temprano, les crecería. “La jóvenes nos lavábamos temprano el cabello”.

Ahora, ya no continúan con ese ritual, pero todavía se sigue poniendo el santo con ornamentos alegres. “Se pide un adorno a las que vienen a lavar”, continúa doña Vero, como le llaman.

Para entrar a estos espacios colectivos no hay precio. Los únicos requisitos son respetar y mantener en buenas condiciones y limpio. Por ello, una vez al mes algunas personas cooperan con el mantenimiento.

Lavaderos en el olvido

— ¿Por qué los pobladores originales ya no acuden? Los lavaderos beneficias a la gente que se viene a rentar en la parte alta porque, todos tenemos agua en los domicilios. A veces, nos hace falta y es cuando venimos, dice doña Verónica Ruíz.

Antes lavaban ropa en ríos; hoy, en lavaderos
Antes lavaban ropa en ríos; hoy, en lavaderos

En la Ciudad de México existen cerca de 45 afluentes, según datos de la investigación en el artículo “Los ríos de la ciudad de México: pasado, presente y futuro”, y cerca de siete ríos en la delegación de Cuajimalpa, además de  cuatro cañadas y algunos manantiales. Sin embargo, con el tiempo se han contaminado.

A pesar del desuso de estas herramientas de limpieza, algunas personas siguen asistiendo a los lavaderos comunales cercanos a los afluentes al sur del pueblo.

La señora Refugio, también desde los seis años, lavaba en la corriente de agua limpia. Ella tiene más de 60 años yendo a este lugar, donde el cloro, espuma y otros contaminantes se mezclan con el arroyo y matan a la fauna: “Antes había ajolotes, ranitas, pero por el jabón y blanqueador, ya se perdió”.

Antes lavaban ropa en ríos; hoy, en lavaderos
Antes lavaban ropa en ríos; hoy, en lavaderos

Incluso, tampoco hay pájaros cerca del lugar, pues, como menciona don Ramón —dueño de uno de los terrenos cercanos— las aves dejaron de visitar la zona porque tomaban el líquido contaminado y morían.

El "río chico" desapareció, ahora sólo subsiste una “vena”, la cual llena la pileta de las rocas pegadas en bases que doña Refugio utiliza para enjuagar su ropa. Esta construcción fue hecha hace 20 años, de acuerdo con la entrevistada. A pesar de la dificultad representada para hacer sus labores ahí, ella menciona las razonas por las cuales ella aún va a lo que, alguna vez, fue un abundante río y siguen nombrándolo así, a pesar de ya no serlo.

“Sale mejor la ropa. Tengo lavadora —dice entre risas—, pero la enjuagada y el agua limpia… eso hace que venga. La ropa lavada allá (en su casa) no se limpia igual. Llueva o no llueva, venimos a lavar con mi vecina Irma”.

Esta mujer de movimientos ágiles sobre la piedra y fuertes brazos relata: “Yo vengo cada ocho días, en martes. Todas las semanas, bajo como a las nueve y me retiro a las cinco de la tarde”. A esa hora, esta lista, pues un taxi contratado por ella la auxilia con sus bolsas de atavíos. “Aquí hago todo y hasta tiendo. A veces, pongo mi tendedero o pongo la ropa en el alambrado o la hierba”, platica.

La situación no es diferente. Ahí también las personas platican sobre la cotidianeidad: “Nuestras vidas, cómo nos fue, cómo nos va. A veces nos reímos, a veces, estamos tristes”. Siguen concurriendo al espacio de su juventud. Quizá la naturaleza sobreviviente en este lugar es un buen pretexto para revivir los buenos momentos compartidos con sus madres, tías, amigas.

Fotografías antiguas: William Henry Jackson y Lavaderos del siglo XVI en Xalitic, Xalapa, Veracruz, 2008/ Lavaderos mexicanos, ca. 1908. Fotografía publicada en la Semblanza Histórica del Agua en México (CONAGUA).
Fuentes: Entrevista con la señora Elena y Verónica Ruíz y doña Refugio; Semblanza Histórica del Agua en México; “Espacios públicos urbanos: una contribución a la identidad y confianza social y privada”, publicado en la Revista invi.

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