Texto: Mauricio Mejía Castillo
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Cuando Pérez Prado vio a los compositores de música clásica con el cuello de la camisa sucio y el traje desarreglado supo que su derrotero era distinto al de los conciertos de cámara.

En una entrevista que Cristina Pacheco le realizó al llamado “Cara ´e foca” en noviembre de 1980, éste le contó que en su natal Matanzas, Cuba, durante ocho años estudió piano seis horas diarias. “Quería ser un músico clásico, era mi pasión”. Pero la falta de pulcritud en los sinfónicos le hizo cambiar de propósito.  “Pensé: si después de tantos trabajos estas personas no han logrado ganar dinero suficiente para estar limpios y bien vestidos, eso significa que el camino no es por ahí (…) Si una persona no está aseada por fuera, ¿cómo estará por dentro?”.

¡Mambo! ¡Qué rico mambo!
¡Mambo! ¡Qué rico mambo!

Recordó el matancero, como sus colegas hacían todo lo posible por conseguir las partituras escritas en Estados Unidos que llegaban a Cuba. “Estaban bien escritas, en orden, con un principio y un final. De esta base de simple disciplina y método empecé a escribir mi música con los conocimientos que tenía del género clásico y del jazz”.

La algarabía de La Habana de 1940, era el contexto ideal para que un compositor de 24 años como Pérez Prado iniciara su carrera. Ahí conoció al músico Quico Mendive, quien al escuchar sus interpretaciones se entusiasmó y le propuso que viajara a México. Aceptó y llegó en 1948. “La gran ayuda de mi vida me la dio una estrella: Ninón Sevilla. Tan buena, tan linda, que me tuvo en su casa como si fuera de su familia. Gracias a Ninón no me faltó nada”.

¡Mambo! ¡Qué rico mambo!
¡Mambo! ¡Qué rico mambo!

En la capital mexicana, lo primero que hizo fue ir al Salón Los Ángeles. Se dio cuenta “de que el pueblo mexicano marca mucho el paso. Eso explica, por ejemplo, su gusto por el danzón. Me dije: ´Puedo hacer algo bueno´”.

Cuando Pérez Prado presentó en la Ciudad de México Qué rico mambo y Mambo número 5, el capitalino enloqueció. “El éxito llegó rapidísimo (…) de diciembre de 1948 a febrero de 1949 recorrí el trayecto que muchos compositores hacen en años”.

A partir de entonces la capital hizo suyo ese ritmo “bonito y sabroso”. Pérez Prado hizo para la ciudad las canciones que definirían su ritmo de vida, tan acelerado en esos años como los compases de mambo.

Pérez Prado supo musicalizar la vida de la gran ciudad. En sus mambos del ruletero, de la Universidad, del Politécnico, entendió el rumbo que llevaba el crecimiento de la urbe.

Tocó en el Teatro Margo (uno de los teatros de revista más importantes de la mitad del siglo XX; conocido en la actualidad como ), donde ganaba 50 pesos por función. Su música ambientó películas del cine mexicano como Necesito dinero, donde Pedro Infante baila Qué rico mambo, y Del Can-can al mambo, en la que aparece el mismo Pérez Prado dirigiendo su orquesta mientras baila Joaquín Pardavé.

En su libro El dancing mexicano, Alberto Dallal explica cuál fue el gran mérito del músico cubano en la cultura mexicana. “Lo importante del mambo radica en la indiscutible aceptación (…) que logró hasta hoy. No es posible pensar en la música popular de los cincuentas sin centrar la atención en Dámaso Pérez Parado y el furor causado por su orquesta en las capas bajas de la clase media mexicana. El mambo incorporó una posibilidad dancística inigualable: el giro, la proeza, el aguante”. En una frase, Dallal resume la virtud de este baile: La gente que baila mambo siente el ritmo como suyo.

¡Mambo! ¡Qué rico mambo!
¡Mambo! ¡Qué rico mambo!

Su primer escenario

Las frases de Dallal adquieren forma física en los bailadores del Salón Los Ángeles. El pasado sábado 10 de diciembre (día del onomástico del cubano) el recinto de la colonia Guerrero festejó con el evento “Baile por un trasplante”, el centenario del natalicio de Dámaso Pérez Prado. Organizado por la directora de Trilce Ediciones, Deborah Holtz, y el Club Rotario Cuajimalpa, el baile era “a beneficio de personas que necesitan un trasplante de riñón urgente”, según decían los anuncios.

La cita fue a las siete de la noche. En los minutos previos, un grupo de tres pachucos y una jaina (mujer que acompaña a este personaje) esperaba bajo la marquesina del lugar. Uno de ellos es José Luis Ponce de 78 años. Viste un pantalón negro con cinturón blanco, camisa y saco (hasta las rodillas éste) también blancos, una corbata negra con dibujos del rostro de Tin Tan y un gran medallón de relieve con la figura de una cabeza de tigre.  Completa la vestimenta un sombrero negro con una larga pluma clava en la cinta blanca de la prenda. Asegura que a su edad parece de veinte años menos gracias al baile. Para él, el ritmo de Pérez Prado, como lo llama, es lo mejor de las orquestas tropicales. Advierte que lo importante es saber bailar el mambo correctamente. “No es sólo dar brinquitos. Tenemos que tener además una dama que nos acompañe y saber que la dama baile”.

Jorge Mejía Mateos, bailarín de 60 años, llegó a Los Ángeles ataviado con un traje totalmente rojo con camisa dorada; una flor aurea en la solapa. El maestro jubilado de Pedagogía considera que el mambo que instauró Pérez Prado en México es distinto. “Es la esencia del capitalino. Aquí siempre ha existido desde antes de la llegada de los españoles una tradición por el baile. Con la llegada de los españoles llega un mestizaje en este ámbito. Todo eso confluye en los bailes finos de salón  y entonces se crea todo un estilo mexicano del baile que debe de enorgullecernos, pues es distinto al de Cuba.

¡Mambo! ¡Qué rico mambo!
¡Mambo! ¡Qué rico mambo!

La devoción a San Dámaso

Enclavado en un muro interior de Los Ángeles, se encuentra un altar dedicado a San Dámaso Pérez Prado, en un marco de aproximadamente 70 x 50 centímetros. La figura principal es una fotografía del músico con una aureola rodeándole la cabeza. Amuletos de San Martín Caballero, del Sagrado Corazón y objetos propios de brujería, como mezcla de hierbas, completan el nicho. Miguel Nieto, dueño del recinto, explica que el altar es obra del arista Jorge Basante, quien participó en una muestra de arte contemporáneo que organizo el salón hace algunos años. El espacio creado por Basante puede ser tomado como un símbolo de la devoción que la clientela de Los Ángeles profesa al Rey del Mambo.

¡Mambo! ¡Qué rico mambo!
¡Mambo! ¡Qué rico mambo!

En entrevista con EL UNIVERSAL, Miguel Nieto recordó la importancia que tuvo el matancero para la música de la Ciudad de México. “En nuestro país popularizó su versión del mambo, pues sabemos que no fue él quien lo invento”. Se tienen a Arsenio Rodríguez y Orestes López como los verdaderos creadores del mambo.

Nieto asegura que una de las pruebas más claras de la resonancia que en el mundo tuvo la labor de Pérez Prado, es la película La Dolce Vita, en la que el cineasta italiano Federico Fellini utilizó su tema  “Patricia”.

Pero, en palabras de Nieto,  lo que realmente hace grande a Pérez Prado es que, junto con otros músicos como Celia Cruz, la Sonora Matancera, Willie Colón, Rubén Blades, dieron, a través de sus canciones, identidad a América Latina. “Sus composiciones llegan de Toronto a Buenos Aires”.

Otro aliciente que el dueño del salón encuentra en el “Cara ´e foca” es la vigencia de la que goza. “Desde los años cuarenta, cuando triunfó, han existido diversos músicos y géneros que no han sobrevivido tanto como el mambo”.

Pérez Prado en persona

El recuerdo de Dámaso Pérez Prado hace sonreír a Nieto. “Era un hombre muy serio, muy creativo, muy simpático y también polémico. Tuvo un gran gusto. Yo sí creo que fue uno de los grandes creadores de la música rumbera. Era muy serio, pero era muy simpático, sobre todo con las mujeres. Siempre tenía vedettes en su grupo.  Le encantaba tener en su casa, vivía en un edificio frente a Chapultepec, un gran piano de cola de color blanco. Ahí elaboraba sus piezas y ahí hacía sus fiestas. Era como todos los creadores: un hombre polémico, que podía estar de muy mal humor y al día siguiente se le olvidada todo lo que había hecho. Era un hombre muy interesante”.

¡Mambo! ¡Qué rico mambo!
¡Mambo! ¡Qué rico mambo!

Miguel Nieto, dueño de Los Ángeles, asegura que uno de los grandes méritos del “Cara ´e foca” fue darle, a través de la música, identidad a América Latina.

Dámaso Pérez Prado murió el 14 de septiembre de 1989. Pero dejó a la Ciudad de México un legado musical que le da identidad propia y es símbolo de su época de esplendor.

¡Mambo! ¡Qué rico mambo!
¡Mambo! ¡Qué rico mambo!

Fotos antiguas: Archivo EL UNIVERSAL

Fuentes: Cien entrevistas, cien personajes, compilación de entrevistas; El dancing mexicano de Alberto Dallal; entrevistas con el sueño del Salón Los Ángeles y asistentes a este recinto.

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