Texto y fotos actuales: Diana Laura Espinoza Delgadillo

Diseño web: Griselda Carrera

Como él, cerca de 250 hombres de uniforme beige y quepí negro recorren a diario las calles de la capital para ganarse 200 pesos al día, mientras giran el manubrio de su organillo. Su oficio es tan antiguo y sus canciones rememoran tanto al México de épocas pasadas que podría pensarse que surgieron durante el Porfiriato en nuestra nación; pero no.

La lucha por sobrevivir de los organilleros
La lucha por sobrevivir de los organilleros

En el siglo XVII,  un italiano de apellido Barberi inventó el organillo, un instrumento que suena por medio de un cilindro con púas, movido por un manubrio y encerrado en una caja portátil de madera.

Sin embargo, los organilleros se popularizaron en Alemania, pues ese país tenía a los mejores fabricantes de órganos musicales en todo el mundo. El investigador Víctor Inzúa señala en La vida de los organilleros, tradición que se pierde que fue tanta la popularidad de este instrumento que el gobierno alemán contrató organilleros para que ―ataviados en trajes típicos― tocaran canciones y fueran motivo de diversión en las calles de Hamburgo. Para hacer aún más atractivo el espectáculo, los hombres llevaban atado a un pequeño simio para que recogiera las monedas donadas por la gente.

La lucha por sobrevivir de los organilleros
La lucha por sobrevivir de los organilleros

Así, la magia y sencillez del cilindro se extendió a circos, ferias,  jardines y, por supuesto, a México. Los primeros organillos llegaron al país en el año de 1884, puestos en venta por la compañía alemana Wagner & Levien Sucs.

Pedro Chávez toca uno de esos cilindros originales. Se considera afortunado porque éstos se dejaron de fabricar poco antes de la Primera Guerra Mundial, y aunque después diversas marcas reiniciaron la producción de instrumentos, asegura que ya no sonaron igual.

La tradición

Con más de 130 años de ejercer el oficio en México, los cilindreros han visto pasar la historia y ahora forman parte de ella. Se han constituido como una figura tradicional de las calles de la Ciudad.

De hecho, diversos elementos de su identidad se deben a sucesos históricos. Durante la época de la Revolución dejaron de tocar valses europeos y de sus cajas emanaron canciones como Adelita y Cielito lindo, posteriormente incorporaron a su repertorio Cuatro Milpas, El Charrasqueado, Gema y Voler, volver, entre otras.

La lucha por sobrevivir de los organilleros
La lucha por sobrevivir de los organilleros

Su uniforme también está basado en esa época. Víctor Maya, organillero desde hace 17 años, cuenta que un organillero andaba con Pancho Villa y su ejército llamado  “Los dorados”. Años después, la Unión de Organilleros de la República Mexicana decidió que se vestirían como ellos para preservar el recuerdo.

Sin embargo, Maya comenta que hay organilleros que están dejando de usar el uniforme y, en su lugar, visten ropa muy elegante. “No descartamos cambiar algunas cosas, siempre y cuando sea para el beneficio del oficio”, señala.

La ropa no es lo único que está cambiando entre los miembros del gremio. Algunos han dejado de cargar el pesado cilindro de 40 kilos sobre su espalda y ahora lo montan en un carrito para poder recorrer las calles con mayor facilidad. Víctor Maya de 31 años es uno de ellos.

“Habremos unos cinco o siete organilleros en el centro que traemos carrito. Eso nos permite trabajar de forma diferente. Yo antes no podía trabajar todo Reforma, porque cargar el organillo es pesado y para lo que me voy a ganar no vale la pena. Pero ahora con carrito ya puedo llegar hasta la Estela de luz y regresarme. Aunque no gane mucho, tampoco me estoy desgastando. Antes nada más nos parábamos en el Centro, ahora buscamos movernos a los cruceros, a los semáforos. Tocamos también entre las calles, en los mercados, en los tianguis. Buscamos generar más ganancias”.

La lucha por sobrevivir de los organilleros
La lucha por sobrevivir de los organilleros
La lucha por sobrevivir de los organilleros
La lucha por sobrevivir de los organilleros

Mientras Víctor piensa que su oficio debe ajustarse a las necesidades, otros se oponen totalmente a los cambios. Pedro Chávez considera que quienes traen un carrito lo hacen sólo por bienestar.

“Yo por comodidad mejor me traigo una silla, me siento y ahí le estoy dando. Con el carrito hay mucha comodidad, pero se pierde lo tradicional. Ya nada más falta que le pongamos una mesita y un refresco”, opina el señor Chávez.

Lo mismo pasa con las melodías. En Chile crearon un organillo con música de The Beatles. Los debates sobre si se deben modernizar las canciones o no son intensos en el gremio. Pero la mayoría aún coincide en que gran parte de su identidad se debe a las canciones antiguas que tocan.

No se van

Víctor Inzúa documenta que en la década de los 50 se presentó un grave problema relacionado con la desaparición de los cilindros, pues el gobierno presentó un programa de embellecimiento en la ciudad que implicaba retirar el empleo ambulante porque “daba mal aspecto”.

Ante la situación, los organilleros llegaron a un acuerdo con el regente Ernesto P. Uruchurtu, el cual consistió en exigir limpieza personal, vestir uniforme y otorgar un permiso para que los cilindreros pudieran trabajar en las calles. Hasta la fecha, ese acuerdo evita que la policía los retire.

“Si alguien nos quiere quitar de alguna calle, desempolvamos el decreto y ahí está”, dice Víctor Maya. Además, señala que el gremio buscará renovar el contrato en la nueva Constitución de la CDMX y, si se puede, buscarán obtener beneficios como uniformes o un taller para reparar organillos.

El valor del trabajo

El oficio del organillero se basa en la tradición y la profunda convicción de que el espacio público es mejor con música, pero el valor más grande para quienes lo ejercen siempre será el del trabajo.

“Tres personas con familia nos mantenemos de un organillo. Este oficio nos permite comer y vivir bien. Nadie que haya trabajado en el organillo se ha hecho rico, pero siempre se nos ha dado. A mí me ha permitido pagar mi carrera”, dice Maya, quien estudia Ciencias de la Comunicación en la UACM.

Dice que quien trabaja con el organillo llega por necesidad y el que se queda, lo hace por gusto. Aunque ha tenido otros empleos, siempre vuelve al organillo, porque por experiencia y por herencia familiar sabe que ahí siempre tendrá su espacio.

El organillero Pedro Chávez coincide. A los 23 años empezó a ser organillero por herencia familiar y aunque sus ganancias han disminuido ―aproximadamente un 20% en comparación con 10 años atrás― no piensa dejar el oficio que lo mantiene. Dice que aunque los organillos sean alemanes, el oficio ya es toda una tradición mexicana y debe preservarse, pues de otra forma una parte del México antiguo también se desvanecería.

―¿Por qué es necesario preservar este oficio en la Ciudad de México? ―se le preguntó al cilindrero Víctor Maya.

―De repente pienso que estamos en un momento en el que se están buscando hacer muchos cambios. Tenemos un gobierno que busca hacer reformas estructurales. Tenemos una juventud que quiere parecerse a la de Estados Unidos. Hace tres meses fui a Tijuana con el organillo y noté que hay una gran cantidad de personas que buscan el sueño americano, pero también hay un letrero que dice “de este lado también hay sueños”. Creo que este oficio nos genera identidad como mexicanos y una cohesión social. Nos permite mostrarnos como los que vamos a estar aquí, pese a todas las vicisitudes que podamos encontrar.

Fotos antiguas: Archivo EL UNIVERSAL.

Fuentes: Inzúa, Víctor, "La vida de los organilleros, tradición que se pierde", Conaculta, México, 1981; entrevistas: a organilleros Pedro Chávez y Víctor Maya. 

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